martes, 18 de diciembre de 2012

Migración hacia el sur


EL SUEÑO CENTROAMERICANO


Costa Rica

Costa Rica, en Centro América, bombea y late con mucha paz, en su respiración uno puede perderse como meditando. Es uno de los países más tranquilos que pueden encontrarse, dicen sus propios habitantes y se yerguen de ello. Los ticos son la parte predominante de la población. Pero los nicaragüenses o nicas se han derramado hacia el sur de Centroamérica.




Y no son sólo los nicas. Del total de inmigrantes en Centroamérica, el 58.5 % está en Costa Rica, 16.2 % en Panamá y los otros países albergan menos de un 10 %. Costa Rica es un país que sostienen los migrantes, “sin ellos, Costa Rica desaparecería”, apasionada confiesa Karina Salguero Moya, costarricense editora de la revista Orsai. Y es que son ellos en mayoría quienes cubren los empleos de servicio.





Uno de los lugares dónde más se puede observar la migración es en las calles. Los indigentes se esparcen por las arterias de las ciudades y se aferran al asfalto, inertes, en posición fetal y con cartones o telas se cubren del clima. Todos ellos esperando una oportunidad de vivienda, de trabajo o de vida. Muchos más ya adaptados al modo de vida también se recuestan por las avenidas o en alguna banca.





Los cuadros, la Carpio y la León XIII, son ejemplos de los precarios o zonas marginales de San José donde, según los costarricenses de a pie, no entra la policía, ni ambulancias, ni bomberos. Colonias de chinos, dominicanos, nicaragüenses, salvadoreños y colombianos principalmente permean en estos sectores. La mayoría son costarricenses, pero como sucede en la Carpio, los jóvenes ticos que ya nacieron en el país, son hijos de papás que fueron migrantes.

Suyapa Cuadros es la encargada de un proyecto en el distrito número 4 del cantón Tibas en León XIII, "el precario más conflictivo a nivel nacional con dificultades de drogadicción, violencia, analfabetismo y delincuencia". asegura Suyapa. Es la Asociación de Cultura y Recreación León XIII donde se imparten talleres de futbol, rap y pintura, entre otros. A las tres de la tarde el parque central está lleno de niños, adolescentes y jóvenes. Entran y salen en relevos a la explanada de cemento y a la cancha desgastada por el uso de los futbolistas y basquetbolistas leontreceños. Ahí los más pequeños juegan a contar chistes sobre nicaragüenses que los vecinos nicas ya tienen superados. Chistes como:

-          ¿Por qué los niños nicas se asustan cuando tienen diarrea?  Porque creen que se están derritiendo.

-          ¿Cómo reconocer a un nica en clase? Porque es el que borra el cuaderno cuando borran la pizarra. Y ¿En un funeral? Porque es el único que lleva regalo.


La xenofobia es muy notoria y la desconfianza por lo extranjero no es exclusiva en Costa Rica. En cualquier lugar del mundo los migrantes son un objeto de burla, los locales legitiman el territorio y ridiculizan al foráneo.



Alan (seudónimo) de 16 años, quien pide proteger su identidad, confiesa que la primera vez que disparó un arma fue a los 13 años, en venganza porque apuñalaron a un primo suyo. “yo estaba muy chamaco, me la quería jugar de héroe y compré en 60 mil colones (30 USD) una nueve milímetros, le pegué el balazo a esa persona y ya después la volví a vender en 80 mil colones (40 USD)”. Confiesa temeroso por la incertidumbre de mantener anónima su identidad. A su edad, ha consumido mariguana, piedra y cocaína. “Heroína me inyecté una vez también” comenta y se aparta de la grabadora al escuchar las primeras balas al aire. “No habrá problema, como saben que en este parque hay niños, aquí no se meten” manifiesta mientras se hinca en la tierra junto a la banca de cemento en la que estaba sentado y se ríe “por si las moscas acá me escondo”. Habían quemado “al cuello”, uno de los asaltantes más conocidos de la León XIII. El verbo quemar es muy común en los precarios, y manifiesta una bala en el pie.

14 Balazos en un ruido uniforme provoca que la gente se asomara tras la malla del parque y comienzan los rumores. Mientras, la mejenga o futbol calle sigue. Los jóvenes cambian constantemente. Unos de condición física excelente, otros no tanto. Los más grandes juegan sucio, golpean y agreden. Oscar uno de los mejores, es el más pequeño, tiene 11 años y también ha probado la mariguana y ha visto armas en manos de sus hermanos.



Giovanni es un adolescente de 15 años pero si ignoramos el acné de su rostro aparenta 18. Su temperamento es suave y muy plácido. Desde los 11 años fumó mariguana y a los 12 ya artesano fabricó sus propias armas. “Las chizas son armas caseras, se arman con tubos de hierro y con una pistolita de esas de balines, se le pone el tubito y con un resorte y un fierrito filoso de esos de construcción o con partes de bicicleta se dispara. Con eso puedes matar a una persona”. Cuenta Giovanny con sosiego y reconoce que a los 12 años había ya tenido en sus manos pistolas de 9, 32 y 38 milímetros, salía a las calles del centro de San José y asaltaba, robaba celulares y en los autobuses amenazaba con el arma para que le entregaran la plata. “pero yo era un chamaco y de chamaco uno comete muchos errores, ahora quiero estudiar computación para poder tener un feisbuc”. Expresa y se estremece cubriendo con gestos de orgullo su vergüenza.



En el parque La sabana los equipos de los precarios León XIII y la Carpio  juegan al futbol, unos uniformes  que disfrazan su condición embellecen y le dan estilo a los, tatuajes, los percings y las lisas y apelmazadas mohicanas que peinan con gel. El verde campo costarricense, de tamaño ilegal enmarca y esconde también las condiciones conflictivas que estos jóvenes enfrentan. Lo único que es evidente además de los ornamentos que adornan sus rostros y cuerpo, es su estilo de lucha libre dentro del partido. Los jugadores de la Carpio, no quieren continuar con el segundo tiempo; “todos estamos ya muy golpeados por sus jugadores”  Le dice Antonio -nicaragüense- el líder del equipo, al capitán de León XIII que hasta este momento había sido el árbitro. Y entonces terminó. Se recostaron al pasto verde, bebieron agua y antes de partir se buscaban entre ellos un celular que había sido robado. Y sin resolverlo, partieron.