La ruta del vino en Ensenada
Publicado en: El Presente, periódico quincenal en Querétaro
A la orilla de la carretera un letrero con una flecha, señala a la
derecha:
L.A. Cetto y La casa de Doña Lupe
Luego de una visita guiada y una degustación de cortesía en la casa productora
de vinos L.A. Cetto, la más grande y reconocida de México con 246 premios
internacionales, el camino de tierra avanza hacia la casa de Doña Lupe. Una
casa productora independiente de vino orgánico y casero, dónde además se pueden
encontrar mermeladas, chiles, aceites, aceitunas y una extraña pero deliciosa
mezcla de chocolate con chipotle.
Doña Lupe tiene rasgos delicados, unas tenues manchitas en su piel, como lunares pequeñitos que le decoran el rostro y los brazos desnudos. Sus ropas estilo menonita y su piel blanca no permiten adivinar la edad que bien pudieran ser sesenta o setenta años. Sus gestos quieren iluminar una sonrisa, pareciera que sonríe mucho o que quisiera hacerlo pero solo al observar la amabilidad con la que se dirige a sus clientes, se le escapa alguna pequeña de repente. Su paso lento te invita a la cortesía de abrirle la puerta y cederle el paso. En su tienda el: "Doña Lupe", se dibuja por cada esquina, y fotos de ella con el mismo sombrero con el que camina en su tienda, etiquetan sus productos.
Doña Lupe tiene rasgos delicados, unas tenues manchitas en su piel, como lunares pequeñitos que le decoran el rostro y los brazos desnudos. Sus ropas estilo menonita y su piel blanca no permiten adivinar la edad que bien pudieran ser sesenta o setenta años. Sus gestos quieren iluminar una sonrisa, pareciera que sonríe mucho o que quisiera hacerlo pero solo al observar la amabilidad con la que se dirige a sus clientes, se le escapa alguna pequeña de repente. Su paso lento te invita a la cortesía de abrirle la puerta y cederle el paso. En su tienda el: "Doña Lupe", se dibuja por cada esquina, y fotos de ella con el mismo sombrero con el que camina en su tienda, etiquetan sus productos.
Ocasionalmente sale por la puerta de madera detrás del mostrador para
hacer un recorrido entre las mesas con sus clientes y preguntarles si están a
gusto. La terraza afuera es amplia. Unas 30 mesas aproximadamente se esparcen
como sal en el espacio. Una sombra artificial para esconderse del sol se
extiende sobre el lugar donde, luego de un par de escalones, las mesas ya están
sobre la tierra. Desde ese sitio se ve la casa amarilla con naranja y del otro lado
las vides que aceptan más humildes la fotosíntesis que para las tres de la
tarde, amenaza a las pieles más delicadas. En el interior, las empleadas ofrecen
probar las mermeladas; en el exterior un joven invita una degustación de vinos
de la casa en vasos pequeños; adentro los anaqueles con los artículos, afuera
los contenedores ya vacíos y los comensales satisfechos. Se respira
tranquilidad y se antojan las hamacas. El lugar se encuentra en uno de los
tantos brazos de la ruta del vino que se extiende como río en Ensenada, el
municipio más grande de México con 52 mil Kilómetros cuadrados, y ahí los
visitantes se sientan a decantar el cansancio y el vino artesanal ligero
acompañado de quesos, pan y pizza, de la casa también.
Doña Lupe tiene 12 años con su negocio y a pesar de tener una “empresa
pequeña, con 30 hectáreas y 30 empleados”, no aspira a grandes producciones. Comparte
la dueña con timidez y voz baja, distinto al acento de tono elevado que mastican
los norteños.
La casa de Doña Lupe no exporta todavía pero, vende al año, alrededor de
500 toneladas de uva a las vinícolas Domeq y a L.A Cetto. El proceso ha sido
lento pero avanza. Los resultados de la vid no son instantáneos. Las etapas de
fermentación y añejamiento necesitan tiempo. El sabor afrutado, dulce y rústico
del vino de esta casa advierte lo artesanal que, no por lo casero, pierde
cualidades; al contrario, son vinos ligeros que crean empatía con los paladares
a los que otro tipo de vinos ofenden.
Las pequeñas casas de producción artesanal en Ensenada son ya un número
abundante. Rebeca, residente de Ensenada, asegura que muchas ocasiones a los
jóvenes se les antoja comenzar a producir y levantan un pequeño negocio. En la
ruta del vino son ya alrededor de 65 las vitivinícolas más representativas que
bañan de este fruto los valles de Guadalupe, Santo Tomás, de las Palmas,
Calafia, San Antonio de las Minas y San Vicente Ferrer. En toda esta zona el
olor de la uva fermentada y los frutos, la madera y el aroma ahumado emanan de
las copas para perfumar los espacios.
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