¿CÓMO SE JUNTARON DECENAS DE JORNALEROS TRIQUIS, MIXTECOS Y ZAPOTECOS PARA DEJAR DE SER MIGRANTES EN EL NORTE?
Leoncio León, lider zapoteco en Sonora |
SURYA LECONA MOCTEZUMA Y
DIEGO LEGRAND
El desierto se estremece, la temporada de la uva está llegando. La población flotante de migrantes rebaza las 4000 cabezas en Pesqueira. Indígenas y centroamericanos paran para cultivar la uva aproximadamente dos meses, de junio a agosto.
Bernardo de 55 años es Triqui, y fue el primero en llegar hace muchos años. “No había nada en Pesqueira” recuerda; ni luz, ni agua, ni siquiera existía el pueblo. Era un terreno baldío, un mar de soledad en un océano de melancolía.
Como la mayoría de la gente del Sur, Bernardo es un luchador nato. Así que recogió su valentía de las piedras del camino, se sacudió el sudor de la frente y comenzó a trabajar en los campos del norte, durante el tiempo necesario para ahorrar un poco de dinero y fundar la primera casa del pueblo.
Pero aún hoy, sentado cómodamente en la silla de un pequeño jardín, encerrado entre la tienda que atienden su esposa y su hija, bajo los toldos que protegen a su vieja camioneta de las intemperies, el anciano recuerda lo duro que fueron sus primeros años como trabajador en el desierto del norte.
La situación de los jornaleros es particularmente agotadora en el estado de Sonora. A mediodía se alcanzan los 48 grados centígrados a la sombra, y las condiciones de hacinamiento son terribles. En los dormitorios se amontonan de 20 a 30 personas en completa insalubridad. La mayoría se droga constantemente con marihuana barata y mona para tolerar su corta estancia en los campos del norte, enormes cultivos de uva, tomate, alcachofas y espárragos.
Muchas veces, los jornaleros indígenas provenientes de Oaxaca y Guerrero son los más castigados por los pobladores norteños. Benito Vázquez de los Santos, es oriundo de la costa chica de Guerrero. Aún recuerda el trato que le dieron en los campos de Ensenada, Baja California y de Hermosillo.
“A los sureños nos tratan bien culero los norteños, se aprovechan de que varios no hablan bien español y de que en nuestros estados no nos pagan ni la mitad de lo que ganamos acá. Vi a muchos compañeros humillados y golpeados”. Empapado en sudor, Benito recuerda mientras espanta las moscas que nos rodean en la estación de la policía comunitaria de San Luis Acatlán, Guerrero. Lo mismo pasa para los oaxaqueños y chiapanecos.
Esta realidad no es uniforme en los campos del norte. En Ensenada por ejemplo, existen campos con condiciones menos agresivas para los trabajadores. Existen minas de carbón que respetan los derechos humanos en México. Pero en muchos casos, la mayoría del producto extraído y recolectado proviene de pequeños negocios relativamente ilegales, que no se interesan lo más mínimo en las condiciones laborales pregonadas por la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Para mejorar las condiciones de su pueblo, Bernardo Pérez García creó la Organización Planeación y Desarrollo de los pueblos Indígenas Triqui, Mixteco Zapoteco, y junto con Miguel Melo, líder de los mixtecos, y Leoncio León, paladín de los zapotecos, ha conseguido traer luz, agua y escuelas indígenas a Pequeira.
Su gente es panadera, albañil o profesora durante el año y vuelve a los campos cuando la temporada fuerte llega, pero ya no vive en los dormitorios comunes y tiene una casa a la que llegar a descansar.
Al principio, los grandes ejidatarios se extrañaron de esta asociación de campesinos renuentes a cumplir con las tradicionales condiciones de trabajo de los jornaleros. Organizarse es un hábito particularmente anclado en los grupos indígenas sureños, oaxaqueños y chiapanecos, pero que casi no se ve en los campos del norte.
En este país la gran mayoría de las rebeliones, organizaciones autónomas y asociaciones de trabajadores se formaron en el sur, en las zonas más castigadas por la pobreza de este país, y por ello era la primera vez que se concentraba en el norte un enclave de migrantes rebeldes que buscaban mejorar sus condiciones de trabajo a través de la alianza de los trabajadores.
Pero parece que al cabo de un tiempo, los norteños se acostumbraron a este extraño enjambre oaxaqueño-sonorense y permitieron la construcción de un pueblo autónomo y rebelde, dirigido oficiosamente por líderes oaxaqueños.
Con todo y la nueva organización, Pesqueira sigue siendo un lugar tranquilo. Si no fuese por el circo que se alza junto a la carretera que da acceso al pueblo, bien podría uno pasar en coche sin darse cuenta de que cientos de pobladores han decidido asentarse en esta región inhóspita.
Pasado el pequeño camino de terracería que rodea Pesqueira, empiezan a aparecer casas de modesto tamaño y colores poco llamativos. El gris predomina en Pesqueira y hace juego con el asfalto de la plaza central, la cancha de basket y sus alrededores.
En medio del pueblo cruzan algunos migrantes reconocibles por sus rasgos sureños y sus pequeñas pacas en las que transportan las escasas pertenencias que los han seguido desde sus tierras de origen. La tierra se levanta al paso de los pocos autos que fluyen por ahí. Los migrantes saludan de paso a la gente asentada en las terrazas que descansa en la hamaca a la hora de la siesta, la hora en que el sol es más violento, y preguntan por comida o trabajo a quien se deje escucharlos.
“En general si les damos algo”, comenta Miguel Melo, “sabemos de sobra lo que es pasar hambre y dejar todo atrás. Yo tengo casa propia, pero me ha costado mucho trabajo tenerla. Y ahora sólo espero poder hacer venir a gran parte de mi familia que todavía está en Oaxaca sin empleo,” explica el cabecilla mixteca.
A pesar de la prematura hora, Bernardo ya está ebrio y articula como puede unas cuantas palabras que, pese a su estado de alcoholismo, relevan la fineza que acompaña a uno de los lideres oaxaqueños de la región.
“Yo llegué a inaugurar este pueblo. Vine solo desde el cerro pájaro, Oaxaca, a buscar un trabajo. Estuve tres meses trabajando en Telmex, pero no me gustó. Y cuando yo llegué aquí, no había más que tierra y viento. Pero me di cuenta que el suelo fértil podía hacer maravillas, entonces comencé a traer a mi gente. Me vine con unos 600 Triquis, la mitad eran jóvenes. Vinimos desde río venado, cerro cabeza, río lagarto y río metate”.
Bernardo se tambalea, carismático y empático, toma su cerveza para decir algunos chistes y amenizar la entrevista, “Yo soy 132”, declara bajo la mirada furiosa de su esposa; y prosigue: “y así comenzó a llegar más gente que supo que Pesqueira prometía futuro. Llegaron de Chiapas, Tabasco, Chihuahua, Oaxaca, Guerrero, Zacatecas y Sinaloa. Cuando nos dimos cuenta, teníamos aquí mismo gente de etnias de todo el país, mayos, yaquis del norte, y seris, pero también tzeltales, nahuas y hasta una tarahumara.
“Entonces, con los líderes de las etnias más abundantes, decidimos crear la organización", recuerda. Y aunque hay miembros de todas las etnias, queda claro que los líderes son oaxaqueños.
Miguel Melo y Bernardo Pérez García |
Bernardo decide que deben apoyarlo los otros representantes, por lo que nos subimos a una troca y recorremos los dos kilómetros que nos separan de la siguiente casa. A diferencia de la mayoría de las tribus indígenas del norte como los pápagos o los yaquis, los compañeros de Bernardo son relativamente confiados y abiertos al diálogo.
Después de un ligero silencio incómodo, Miguel toma la palabra: “Ya con la organización conseguimos traer luz, drenaje, agua y hasta una escuela indígena, para que les enseñen nuestras tradiciones, a defecto de nuestras lenguas a nuestro hijos. Ahora es importante que continuemos para conseguir trabajo a los jóvenes. Las condiciones en la época de la pizca han mejorado, pero todavía se debe trabajar para mejorar nuestra situación”, comparte.
El alcoholismo es un gran problema, admite la maestra Valenzuela de la Universidad de Sonora, quien ha aceptado guiarnos desde Hermosillo a esta aldea, con la que participa en muchos proyectos.
Hace poco, la organización intentó abrir una biblioteca para la escuela del pueblo; la maestra consiguió los libros regalados, pero la municipalidad no quiso poner el dinero necesario para la construcción de la biblioteca, ni siquiera los materiales necesarios para su creación.
La mayoría somos albañiles, fontaneros y reparadores de todo un poco, explica León Leoncio. -Con que nos pongan el cemento y las planchas para la biblioteca, nosotros la construimos, pero ni eso han querido pagar. No se vaya a creer que estamos hablando de una gran biblioteca, son tres planchas las que son necesarias para crear una pequeña estantería en la que quepan los libros que nos regalaron, pero por ridículo que pueda parecer, es un gran paso para nuestra pequeña escuela.
"Por el momento, la mayoría del conocimiento se lo enseñamos a los niños de forma tradicional, de hecho, dos de mis tres hijos hablan zapoteca. Pero el alcalde no quiso apoyarnos en esta pequeña tarea. Así que toca buscar recursos por otro lado", completa la maestra. "La mayoría somos albañiles, fontaneros y reparadores, de todo un poco". Dice León Leoncio.
Ahora que fueron las elecciones, todos los partidos les prometieron que les iban a ayudar, contó Bernardo, después de una pequeña siesta en la que sorpresivamente se mantuvo al tanto de toda la charla.
“PRI, PAN o PRD, todos dicen que nos van a apoyar, pero yo soy de AMLO, de Morena”, describe, para el mayor orgullo de la profesora Valenzuela, gran partidaria del Movimiento de Regeneración Nacional en Hermosillo.
"La verdad, es que sea quien sea, prometen mucho, pero cumplen poco". Dice Miguel, como susurrando, "por eso tenemos opiniones divididas sobre quien votar en el pueblo, aunque la mayoría votamos a la izquierda, como en nuestra tierra". Termina.
Por su parte, el alcalde es difícil de contactar, aún en el minúsculo pueblo de Pesqueira. “Si quieren pueden intentarlo”, nos advierte Leoncio, “pero no les va a contestar, nunca está en el pueblo, vive por acá, pero se va a la cabecera del municipio y nos deja con nuestros problemas”.
Sin embargo, después de pasar algunas semanas vagando por los campos del norte de Sonora y de ver desfilar los grandes campos de uva, alcachofa, alcaparra y tomate con sus respectivas condiciones de hacinamiento, podemos verificar la calidad de vida que han logrado alcanzar los coetáneos de Bernardo gracias a su simple Organización civil.
Es un pequeño paso en la lucha que opone permanentemente los grandes arrendatarios y patrones a los campesinos, recolectores y bajos trabajadores de todo tipo, pero es la primera vez que este paso se da en el norte desde la mentalidad tradicional del sur.
Si en las regiones racistas del sur de los Estados Unidos, la fuerte presencia mexicana ha logrado la imposición de ciertos alcaldes y hombres de poder que intentan luchar por su gente y mitigar el impacto de las políticas discriminatorias de la clase blanca dominante, nada impide pensar que algún día, la presencia de indígenas Triquis, Mixtecos y Zapotecos pueda imponer condiciones de igualdad en los campos del norte y aportar la mentalidad comunitaria de lucha social que ha favorecido las explosiones sociales tan conocidas en el sur de este país, y tan extrañas en el ámbito del pensamiento norteño.
Miguel Melo, Bernardo Pérez García y Leoncio León, líderes oaxaqueños en Pesqueira |
Pesqueira es un manantial de culturas encontradas, un enclave oaxqueño en el árido desierto de Sonora, pero sobre todo, es una pequeña luz de esperanza para los jornaleros sureños que suben a cosechar la uva cuando se estremece el desierto, en la temporada de vendimia.
Publicado en:
http://www.spleenjournal.com/
El 26 de octubre de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario