Contar la historia de
Buenaventura, en Colombia, no es fácil, cada testimonio es aún más estremecedor que el
anterior y cada personaje tiene aún más miedo de hablar, porque las amenazas no
rondan al municipio de Buenaventura en vano. Las desapariciones comenzaron a
aumentar luego de que se detectó que los asesinatos eran demasiados.
"La riqueza que entra y sale de Buenaventura, nosotros sólo la olemos"
por: Surya Lecona Moctezuma
Uno de los líderes de las comunas
6 y 12 en Buenaventura (del cuál por seguridad se reserva su identidad) expone distintos casos
en los que las familias encuentran a sus hijos, padres o conocidos masacrados,
torturados con ácido o motosierras y luego para “no dejar rastro” los
victimarios lanzan los cuerpos al mar o a los esteros de los ríos. Él mismo estima
de 3 a 4 desaparecidos por día en Buenaventura.
El líder de estas comunas denuncia
los atropellos cometidos en contra de la comunidad para desalojar las tierras: “La raíz del desplazamiento y
las desapariciones son: el narcotráfico, los paramilitares y grupos armados que,
con sus actividades ilícitas para el lavado de dinero, se apoderan del
territorio construyendo patios de carbón y de contenedores desalojando a las
comunidades”.
Sin dejar de hablar, saca de su portafolio algunos documentos que prueban todas
estas irregularidades, entre ellos títulos falsos con los que amenazan a la
población para que salga huyendo: “Nosotros
hemos tenido que ser investigadores y detectives. Y hemos encontrado
irregularidades firmadas por autoridades y hemos atinado también a que para
conseguir algunas firmas han resucitado gente.” Continúa, y luego hace una
pausa filtrando los documentos certificados por diferentes entidades legales
que inculpan a las distintas jurisdicciones oficiales. "La riqueza de Buenaventura, nosotros sólo la olemos". Y riendo irónico suelta esta última frase.
La comunidad afrocolombiana en el
municipio es mayoría. Buenaventura tiene un total de 362 mil habitantes de los
cuales el 88 por ciento es afro. Es decir, desde tiempos de la esclavitud o más
allá de 3 generaciones que habitan el territorio desde 1950, según el
Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), Buenaventura se
convirtió en el principal puerto colombiano donde se concentra el mayor volumen
de carga exportadora e importadora del país.
La riqueza del puerto es inconmensurable,
junto con la minería y el oro se vislumbra el potencial tan amplio de un
territorio ya en disputa por empresas y grupos armados que se dieron cuenta de
la abundante aptitud del puerto.
Oscar Yañez, a quién se modifica
el nombre por seguridad, es un joven líder de sus generaciones en el Municipio.
Tiene a sus 34 años el ánimo de lucha tenuemente tatuado en sus gestos. Su voz
se detiene en cada idea políticamente bien expresada. Comparte con otros
líderes de “La playita”, uno de los 7
barrios de la comuna 4 y uno de los barrios más marginados de Buenaventura, además
de la búsqueda de justicia, la solución para detener la tropelía que envuelve a la ciudad
en sus 12 comunas: “A mi novia la
asesinaron el 3 de junio pasado, luego de recibir varias amenazas”,
confiesa con la voz quebrada y bien disfrazada de la seguridad que empuña como
galardón, símbolo de su dolor. Oscar, así como muchos habitantes han perdido a
un ser querido en esta guerra. “En el puerto del “La playita”
deben haber unos 800 cadáveres, otros
300 o 400 en el Naya y en el estero de San Antero víctimas de todas nuestras
masacres”
continúa acariciando cada frase, pretendiendo que ningún detalle se quede en el
aire.
Sólo los habitantes hablan con tanta certeza de las razones
del desplazamiento. Ellos que han sido víctimas, ellos que no denuncian por
miedo, ellos que mantienen en sus recuerdos la voz de una amenaza, los disparos
latentes de un arma o el belicoso sonido de las motosierras. “La violencia viene de la mano con los
proyectos y las multinacionales. El proyecto de TC Buen por ejemplo, que
construyó su infraestructura sobre los barrios ya desplazados de la Inmaculada
y Santa Cruz”, denuncia Yañez mientras se acomoda luego de un suspiro que
descansa en su crónica.
El alcalde de Buenaventura,
Bartolo Valencia, del Partido Liberal, no sonríe, pero es amable con quien lo
aborda. Y tampoco canta el himno de su país ni el de su Municipio antes de las
conferencias que dicta. Sólo se mantiene ahí inerte, contorneado por una camisa
rosada y casual, el ceño fruncido y la mirada baja como meditando, resaltando la
seriedad y el sosiego que mantiene con firmeza y que no se refleja en la
comunidad que gobierna. “Durante los
nueve primeros meses de 2012 Buenaventura fue el municipio más tranquilo del
Valle. En Octubre empezó la violencia y empezaron los enfrentamientos en las
comunas. Pero no hay que ver solo las cosas malas de la ciudad, acá vinieron en
diciembre 37 mil turistas y no les paso nada, la violencia es por una guerra
entre dos bandas, no hacia la comunidad…”, recomienda sin estimar la secuela
de sus palabras en la población. Luego, a pesar de los rumores sobre las nuevas rutas del narcotráfico, confiesa confuso que nunca ha visto mexicanos o sabido de ellos.
Las historias sobre las nuevas rutas, sí las reconoce el Comandante de Guardacostas del Pacífico Carlos Delgado, ya que entre los 83 sumergibles que han incautado desde 1993 y las lanchas de alta velocidad, algunos fueron encontradas con tripulación de nacionalidad mexicana. Y no es difícil reconocer la procedencia porque el cargamento tiene identificado con sellos de bajo relieve las marcas de la banda a la que pertenece. Las embarcaciones las navegan de 4 a 5 personas y van alimentando el esquife en el camino acercándose a barcos pesqueros que venden el combustible de forma ilegal y triplicando el precio.
Las historias sobre las nuevas rutas, sí las reconoce el Comandante de Guardacostas del Pacífico Carlos Delgado, ya que entre los 83 sumergibles que han incautado desde 1993 y las lanchas de alta velocidad, algunos fueron encontradas con tripulación de nacionalidad mexicana. Y no es difícil reconocer la procedencia porque el cargamento tiene identificado con sellos de bajo relieve las marcas de la banda a la que pertenece. Las embarcaciones las navegan de 4 a 5 personas y van alimentando el esquife en el camino acercándose a barcos pesqueros que venden el combustible de forma ilegal y triplicando el precio.
“¡Huuuuy! ¿Que en
Buenaventura no pasa nada? Sólo es cosa de ver a nuestros niños jugar con palos
a dispararse, o terminar a golpes luego de un partido de ajedrez. Ya están
acostumbrados, son niños que ya están preparados para la guerra. El 98% de los
pescadores artesanales son negros, y aquí en Buenaventura no hay representación,
por eso no hay políticos que nos
protejan, al contrario. ¿Pero
denunciar?, ¡ni que me quisiera morir!”, exclama
Héctor Córdoba pescador artesanal habitante de “La playita”, indignado por las
atrocidades que los grupos armados siguen cometiendo día a día asesinando,
reclutando, y violentando sus derechos humanos y continúa balbuceando sus
quejas entre sus únicos dos dientes bajos que sobresalen en su rostro de piel
de ébano brillante: “Nosotros fuimos a
Bogotá a decir: ojalá, acá en el Pacífico, nos quiten 400 kilómetros de mar
como en San Andrés a ver si el presidente Santos se fijaba en nosotros”, termina
irónico y estalla en un juego de palabras e insultos ligeros al ritmo en que
manotea por la inconformidad que le inspira lo que expresa en vocablos mal
digeridos.
Hilario, mejor conocido como “El
cholo” mira distinto. A diferencia de Oscar, él se distingue cansado y en su
cuerpo y su piel se refleja esa debilidad. En su rostro redondo, sus párpados
caen en olas sobre sus ojos con tristeza. Hilario lleva una vida de 58 años de
lucha y humillación. “Aquí ya nadie quiere denunciar
por temor, estamos en zona roja. La Policía a veces demora hasta una semana sin
entrar a las calles y los periodistas sólo se ven cuando hay asesinatos”, su voz resignada y de tono bajo
se queja mientras entrelaza sus manos nerviosas y continúa con la voz rasposa,
fatigada también de arrastrar las vocales que le cuestan los recuerdos y fijando
la mirada hacia un ángulo en una ventana, como si le llegara a la mente una
anécdota de cada miembro de la comunidad dibujada en una propia. “A mí simplemente el año pasado me atracaron
dos veces, iba a pescar, me encañonaron con armas largas, me robaron y finalmente
me perdonaron la vida, pero no todos tienen la misma suerte. La playita es un
barrio de pescadores y ya no es seguro salir a trabajar”, concluye bajando
la vista exhausta sin hacer contacto y reclinando su espalda.
Por
otro lado, el coronel Oscar Gómez de la Policía, se sabe de memoria la historia
telenovelesca entre cada bando, la
cantidad de miembros que tiene “La Empresa”
y “Los Urabeños”, los alias de uno y
de otro bando, las cantidades de plata que ofrecen a sus matones, los métodos de reclutamiento, los tipos de armas y los
rencores que existen entre bandas. En todos los diarios locales ha sido su
testimonio omnipresente el que moldea en un panorama a los protagonistas de la
cordillera del Valle del Cauca y la costa del mar Pacífico de este sector.
Manuel
Bedoya también es un personaje en Buenaventura y no es sólo por el respeto que
le tiene la gente que admira a su hijo, Yuri Buenaventura, el rey de la salsa
en Francia, y aunque quizá es antagónico en el libreto de Buenaventura, como Presidente
de la Asociación de pescadores (Anpac),
no coincide con los “logros” de la policía ni los “trofeos” de la Alcaldía. "No
en vano varios alcaldes han pasado por la cárcel en sus administraciones",
comenta. Pero es cierto que aunque ciego, el estado no es invisible. Ahí están
los policías, las tropas, los guardacostas en todo el Municipio, aunque la
comunidad no identifica ningún avance. “Los matones agreden
cada vez más a los pescadores y a los agricultores, por el control del
territorio y las aguas para el narcotráfico. Nosotros los identificamos por las
armas de largo alcance y los autos lujosos. Sabemos que son Urabeños y sabemos
quiénes son, pero si nos atreviéramos a denunciar tendríamos que irnos de aquí
o no la contamos”, se estremece y con una risa nerviosa sigue caminando por
la pendiente donde en cualquier esquina de esos barrios hay criminales examinando
cada paso y cada intruso. Sin embargo, él ahí no es un forastero sino todo lo
contrario. La fama de su hijo le permite pasearse por las comunas sin que pase
desapercibido, todos se acercan a lisonjear al viejo Manuel que, aunque de piel
delgada y cabellera y barba completamente blanca, mantiene la sonrisa de un chiquillo
de 12 años.
Buenaventura
se camina junto a la música, el currulao
o la salsa, junto a lo que el alcalde alevosamente alardea del turismo pero
también junto a lo que niega, como jamás haber visto o conocido de la presencia
de mexicanos en el puerto por donde la droga se trafica. O la policía que
presume sobre la minería ilegal sus 44 capturas y el decomiso de 21 retroexcavadoras.
Pero también es inevitable la empatía con los pobladores, con los habitantes,
agricultores, mineros artesanales o las señoras que vendían el pescado en ese
rincón de “La playita” y han tenido que dejar de vender por la ausencia de
clientes, porque ya nadie quiere acercarse a ese mercado desierto, con los
locales llenos de polvo, porque el barrio ahora es peligroso y nadie se atreve
a aventurarse a donde antes las voces en coro de más de 3 docenas de señoras
decían: “Lleve su piagua, su camarón o su
jaiba”, o los pescadores que tienen miedo de salir en sus lanchas o las
familias que se abrazan rogando que no los saquen de sus hogares aquellos despojadores
forajidos que en tormenta llegaron con títulos falsos y las madres rumiando el miedo huyen para evitar que recluten a sus hijos. Son excesivas las
aristas de la estampida que abate y deteriora a Buenaventura desechando
comunidades y construyendo infraestructura para los actores ilegales.