jueves, 21 de enero de 2010

"El santo, el cavernario, blue demon y el bulldog...


"Siendo todas las partes causadas y causantes, ayudadas y ayudantes, mediatas e inmediatas, y siendo que todas se mantienen entre sí por un vínculo natural e insensible que une a las más alejadas y más diferentes, tengo por imposible conocer las partes sin conocer el todo, así como también conocer el todo sin conocer singularmente las partes".
Pascal

Una noche en la Arena México
La famosísima Arena México, el sueño de muchos niños que han tenido oportunidad de seguir a través de la televisión sus últimas transmisiones que son cada vez más frecuentes. La televisión hace su trabajo, no es difícil cultivar un fanatismo en los pequeños, con ayuda de esas violentas imágenes. Siete de diez niños cuestionados, que asistieron a las luchas el día viernes 8 de enero en la Arena México, quieren ser luchadores de grandes. Teniendo en cuenta por supuesto que la pregunta se les hizo en el lugar y que influye mucho, por lo mismo es una estadística parcial. La forma en que un adulto y un niño percibe el espectáculo de las luchas, tiene una distancia enorme.
Juan Figueroa tiene nueve años y es la primera vez que visita el gran “ring[1] de la Arena México, escenario de acrobacia y pantomima, donde también suelen aparecen golpes espectaculares.
Cuando las luchas comenzaron, presumían tener más libertad, ya que sólo acudía gente de bajos recursos y tenían costumbres más arrabaleras, que se han perdido y que eran muy características, como llevar una bolsita llena de patitas de pollo para aventar al cuadrilátero cuando la lucha se tornaba negativa, según el espectador, el analítico juez que desaprobaba con sus patitas de pollo. Actualmente es mucho más popular y es más conocido este espectáculo al que acuden tanto hombres como mujeres.

Movimiento fuera de la arena

La función comienza desde afuera, las calles en los alrededores llenas de autos, y desesperados los conductores tocan el claxon creyendo que así se despejará el camino, los “selocuido’s” [2], gritando fuertemente “¡se lo cuido, se lo cuido!”, tratando de ganarle los clientes al vecino. En las banquetas se deja un espacio de un metro para que la gente pase impidiendo un flujo rápido de personas. En los puestos se venden máscaras, playeras, vasos, plumas, acompañadas de un “¡llévele, llévele!” y un “¡pásele, pásele!”. Los niños parecen saber exactamente de quien es cada máscara expuesta, pues sin dudarlo las piden diciendo, “yo quiero la de Atlantis” o la del Místico.

Los revendedores, con un aire desesperado ofrecen sus boletos con la mentira de que “ya no hay boletos en taquillas” ganándole desde 10, 20 o hasta 30 pesos a cada boleto. La gente que conoce el movimiento va directo a taquillas,  y si no encuentran, ellos mismos se acercan a los mitómanos que ya saben perfectamente a quien venderle sus pases para presenciar la grande escena que se da sobre el cuadrilátero cada noche de martes, viernes o domingo (con sus excepciones).[3] Estos personajes característicos se mezclan entre la gente que está ansiosa por tener un lugar dentro del show, algunos de los revendedores con un característico hedor alcohólico que los sigue como una sombra pesada, intentan, a como de lugar, una venta más con sus frases no muy convincentes: “¡ándele seño!, es más bara que en taquilla, mire, aquí tengo los precios. Es más, pásele y ya que esté en su asiento le llama a su compa pa’ que me los pague”.
Son hombres viejos, desesperados, pareciera que si no venden no comen, pues venden hambrientos, mintiendo y usando sus técnicas persuasivas sin mucho estilo y a toda costa. La única forma en que consiguen que les compren es tocando el hombro o el brazo de sus futuros compradores, quienes con tal de alejarse de ellos  y de su penetrante aroma, terminan pagando el boleto.  
Las gorditas y quesadillas llenas de grasa en las esquinas no pueden faltar, también es un peculiar olor, característico en los alrededores, así como los esquites y los elotes con mayonesa y queso.
En la actualidad, parece ser más seguro, cruzando por toda la acera y llegando hasta la entrada, están los policías, quienes proponen dos filas de mujeres y dos de hombres con unos 10 individuos en cada fila ansiosos por entrar, ya a cinco minutos del primer round de la primera lucha.
Cuando entra el espectador, se le “pasa báscula” y se arriesga a que le roben, “los guardias de seguridad” meten la mano en todos los ángulos de la mochila o bolsa que lleve uno consigo. No se permite pasar alimentos ni cámaras fotográficas ni de video. Por lo tanto, existe un cubículo especial para dejar las cámaras, las cuales son guardadas en bolas de plástico y le dan al usuario del “guarda cámaras”, un trozo de cartulina con un número que refiere a donde la máquina fue recluida. Pero los candados de la entrada parecen ser ficticios, ya que dentro se pueden observar “flashazos” del público hacia el escenario que quieren llevarse un recuerdo. Posteriormente, se suben unas escaleras que en dos tramos llegan a un pasillo curvo que da la vuelta al lugar. Aquí están ubicados los locales con comida y bebidas[4], así como los baños, cuatro baños de hombres y cuatro de mujeres distribuidos en todo el círculo del pasillo.

La entrada a la arena

Al entrar algunos acomodadores están dispuestos a mostrar el lugar de los asientos con el apoyo de unas linternas, a cambio de una propina. La iluminación es completamente hacia el cuadrilátero y las tres anchas ligas que lo delinean. Cuatro o cinco mujeres salen antes del comienzo de cada lucha anunciando el inicio de la misma, mueven sus caderas y mandan besos a las cámaras que recorren sus cuerpos semidesnudos provocando y mostrando una cara más del espectáculo, los hombres en las butacas. Con los ojos fijos a las pantallas que maximizan ese banquete, se ven danzar sus pupilas al ritmo en que las cámaras suben y bajan por los cuerpos de estas modelos. Las mujeres del público también con un dejo de envidia, intentan sin conseguirlo distraer a sus seducidos hombres. También ellas recorren esos cuerpos, desaprobando con sus comentarios en forma de crítica. Luego salen uno a uno los luchadores con una presentación “escandalosa” bajando una escalinata y luciendo sus trajes de reyes, trajes de los cuales van a prescindir en el “ring” para luchar más cómodos.
Es una oportunidad, para la publicidad, que no se pierde. Anuncios de todo tipo aparecen en las pantallas gigantes, intercaladas con imágenes de luchas pasadas para no perder la atención del público. Los vendedores hacen también su aparición, “¿qué le damos joven?”, “¡mirinda y “esprait”!, ¿cuántos, cuántos?”. Algunos de ellos saben muy bien como acercarse a los niños, quienes reaccionan rápidamente, “¡mamá, me compras?”



Los reporteros corren de un lado a otro con sus pesadas cámaras de video tratando de tener la mejor toma de los luchadores, las modelos o del mismo público. El folclore inicia desde antes de que la primera chica salga modelando la cartulina en la que se lee: “¡primer round!”

Las luchas
En la presentación, intervienen los rudos en una esquina, un equipo que más que acrobacias y espectáculo artístico con el cuerpo, son agresivos, toscos y como su nombre lo indica, rudos. Y, por otro lado, los técnicos, quienes apantallan al público con una serie de saltos sorprendentes y una técnica de golpes, esquivando los del enemigo. Son ligeros en sus movimientos y aparentemente consiguen ser los favoritos de la mayor parte del público. La euforia va en crescendo, de menos a más, cada lucha es más intensa que la anterior y el ambiente va a la par. Al principio los saltos son menos espectaculares, los luchadores son menos conocidos y más panzones que musculosos. Y así, poco a poco hasta llegar a la lucha final, al cenit, al duelo que todos esperaban, el cual no es precisamente un duelo porque hay más actores pero generalmente son dos enemigos los principales.
Uno de los saltos más llamativos y que todos disfrutan mucho es cuando los luchadores suben a una esquina y dan un salto y se dejan caer con todo su peso sobre el enemigo que se encuentra fuera del cuadro principal. Lo más espectacular y peligroso también es cuando caen cerca del público, seguido se ve que caigan sobre el enemigo y así los dos se tambalean hacia la gente cayendo sobre sus pies o piernas.



Un detalle importante es la máscara, los niños explican que es lo más valioso para un luchador, ya que recuperarla es muy difícil y cuando son despojados de ella por el enemigo, se puede observar en el rostro de estos pequeños un sufrimiento enorme, como si les estuvieran robando algo suyo. En ocasiones, dice Miguel, vendedor esporádico del lugar, los niños lloran cuando esto sucede.

Vencedores y vencidos
Psicologicamente se da un golpe bajo a los pequeños. Los adultos (aunque no todos) tienen la consciencia de que está todo arreglado, que es pantomima, teatro, un evento que antes de presentarse, se decidió quien ganaba y quien perdía. Pero, es un golpe fuerte sobre todo para aquel que debe ser el cobarde.
Los golpes calientan la mente y los puños de quién está en acción buscando venganza en su turno, pues las agresiones en ocasiones son más severas de lo que se tenía planeado, y es así que el afectado busca venganza, pero, cuando toca reprimir ese coraje y pasar a ser el cobarde en escena, se reprime también una emoción que necesita de inteligencia. Se puede atribuir al personaje una etiqueta que, quizá, él pudo haberse quitado con un solo golpe pero, tendrá que resignarse.
El público reacciona inmediatamente en cuanto se determina un ganador y un perdedor. Los gritos se expanden por todas las gradas y las luces blancas giran iluminando a los espectadores, quienes son capturados por la cámara infraganti y mostrados en la pantalla grande del centro justo en el momento en que expresan su alegría o enojo.

Reacciones
Los niños, los adultos, los jóvenes y los ancianos tienen evidentemente una forma diferente de apreciar el show. El espectáculo está ahí, en el público. Los antagonistas, los niños, se transforman poco a poco en el personaje principal. Es todo un objeto de estudio. El principal objetivo de las luchas es un mal entendido. ¿Entretener? El sentido entre violencia y entretenimiento se confunde y se pierde, mientras el entretenimiento se hace ficticio, la violencia es cada vez más real. No cabe duda sobre la indexicalidad del asunto.
Las muecas de los niños que gritan afanosamente, denotan un corazón roído por tanta violencia y lleno de rencor reprimido. Hubo un niño que se ganó la atención de todos los espectadores que alcanzaban a escucharlo, no paraba de gritar con mucha euforia y con groserías demostraba su coraje cuando derrumbaban a alguno de sus preferidos, los técnicos. Consignas como: “¡párate pendejo, párate!”, “¡no seas mamón!”, “¡pinche perra, te vas a morir!” entre otras, salían de su tierna boquita de aproximadamente 6 o 7 años de vida con un aprendizaje que se jactaba de ser violento por su comportamiento mostrado esa noche.
Y así como él muchos otros niños no se sientan en todo el tiempo que dura el espectáculo de acrobacias y golpes, los rostros infantiles escondidos tras la sombra del  supuesto misterio que se intenta inculcar a los espectadores pero, que no se consigue en su totalidad, en los inocentes niños sí. Con los puños cerrados, los dientes apretados, ceño fruncido y con todo el coraje de sus aún jóvenes corazones, temblorosos se mecen hacia donde sus ojos esten atacando. Parecen ser ellos mismos quienes manejan con la mirada a los luchadores y, cuando los actores logran un golpe de victoria, los pequeños gritan como si ellos mismos sintieran cómo se hunden sus manitas en el voluminoso cuerpo de aquellos musculosos hombres, bizarros, físico-culturistas, saturados de extraños relieves en todo su pesado cuerpo.  Pero si al contrario, el ataque es a sus preferidos, se percibe cómo sus rostros se van llenando de un rencor incontrolable y de una impotencia inútil, pues es difícil que se den cuenta sin que alguien les explique la diferencia entre realidad y ficción.



Los ancianos, con la misma pasión de toda la vida también repiten, aunque menos expresivos, las reacciones de los niños, son fanáticos, personas que desde jóvenes han convivido con estas prácticas, en sus gestos un poco más reprimidos, parecen disfrutarlo. Los adultos  y los jóvenes son más realistas aunque siempre hay reacciones inesperadas como un grito demasiado llamativo de señoras, o el llanto tanto de hombres como de mujeres

Públicos
El público es tan variado como las sorpresas de cada noche. En una apreciación rápida, el 20% son turistas tanto nacionales como internacionales, la asistencia de infantes ha aumentado gracias a la difusión televisiva de cada lucha[5], actualmente es difícil que un niño no haya visto alguna vez una transmisión, aunque sus padres se lo prohíban.
Las butacas más baratas[6] son ocupadas por aficionados de bajos recursos. Mientras las más caras y más cercanas a la escena de acción por  los que tienen mayor posibilidad. Seguido se ven personajes famosos, fanáticos de estos eventos, que asisten ocasionalmente cuando sus favoritos tienen combate.
La clase media también alcanzó un lugar, más por moda que por otra cosa fue que llegaron a las butacas de la Arena México, y así como todos los tipos de público, es fácil contagiarse del apasionado ambiente que se vive dentro y donde desaparecen las clases sociales. Las “víctimas” más susceptible a creer todo el teatro que se presenta, es el vulgo y el publico infantil.


Conclusiones

El pueblo de México, así como cualquier otra comunidad necesita de este tipo de distracciones. Las luchas, son una forma más de entretenimiento, una catarsis para las preocupaciones del pueblo, pero paradójica. La violencia que se inyecta a los niños es sin duda un elemento que debe tratarse con delicadeza. En los últimos años se puede observar que los niños tienen más contacto, a través de la televisión, las imágenes, dibujos o los famosos tazos[7] que vienen de obsequio dentro de las papas fritas. Es un fenómeno interesante, y aunque siempre se ha visto la violencia en distintas representaciones, como caricaturas, programas televisivos y teatrales, las luchas, parecen tener una cercanía más notoria en esta generación.
Es un tema muy amplio que pudiera estudiarse desde varios ángulos y que incluso puede ser muy completo para una tesis. En psicología se ha estudiado, es un fenómeno que tiene que ver mucho con la moda y factores sociales que se inclinan cada vez más a este tipo de eventos. 



[1] Antiguamente, el ring por su nombre en ingles, aro en español, tenía una forma redonda, y es así que el nombre perduró y sigue siendo llamado así.

[2] Forma coloquial de llamar a los cuidadores de autos en las calles
[3] La cartelera de eventos se encuentra en el sitio de internet de la Arena México: http://www.cmll.com/arena_mexico.htm

[4] Palomitas, cacahuates, papas, refrescos, cerveza, etc.
[5] Transmisión por TV abierta en los canales 9, 28 y 52. Y televisión por cable en los canales; Galavisión y FOX Sports, entre otros.


[6] Según comenta Don Silviano, revendedor desde hace ya tres años, los precios varían y depende también quien esté esa noche en el cuadrilátero. El viernes 15, día del estudio, los precios estaban entre $300 y $40 en taquilla, participó “el místico” quién se llevó todos los aplausos de los espectadores en la lucha final por parte de los técnicos.
[7] Plásticos circulares con imágenes de dibujos animados o series televisivas, dependiendo de lo que esté de moda en esa temporada. Vienen de regalo en las papas Sabritas.

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