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Diciembre 2012
Surya Lecona Moctezuma
“La última
noche que pasé conmigo” escribió Carlos Cortés en su libro Cruz de olvido, y fue el texto que acompañó a los dos periodistas mexicanos
en el cruce de la frontera Panamá - Colombia, y es que justo estaban leyendo
esas páginas cuando la tormenta engrosó. La lectura parecía indicarles un final
próximo. La embarcación era de carga, de dos pisos, muy semejante al viejo
barco camaronero de madera que utilizó Forest Gump en el filme. El sonido de
las tablas es muy peculiar, se escucha todo el tiempo cuando navegas, de un
lado a otro y arrulla a quienes zarpan en él barco. Pero en ese momento el
sedante crujido no fue cordial. De todos lados venían los sonidos y con ellos
los pequeños tanques de gas se sacudían en cubierta. Comenzaron a caer también
los jugos embotellados y las latas de bebida energética. El agua lo mojó todo,
gotas saladas que salpicaba el mar y dulces de la lluvia se mezclaron en los
pechos descubiertos y las nucas preocupadas de los tripulantes, los 7 marineros que como familia se discutían en
soluciones y direcciones.
Dos fueron los
objetivos de viajar en un barco carguero a través del archipiélago de San Blas.
Conocer la región fue uno de ellos, 80 de las 365 islas de la comarca Kuna Yala
están habitadas por los indígenas y el barco carguero tiene la misión de vender
víveres a los habitantes. Cuando el barco se acerca a las primeras islas, los
Kunas vienen abalanzados hacia esa masa de maderas inertes que sobrevivió a la
tormenta y sobremurió en su
contenido. Todo se había mojado y se había caído del orden en que estaba. Sin
embargo, los Kunas compraron los sacos de cemento mojados y las latas golpeadas.
Los precios
son un misterio. Algunos productos superan el cien por ciento de aumento. Son sumas
difíciles de comprender, pues, ¿de dónde sacan ellos, los Kunas, la plata para
mantener una vida aislada en un archipiélago que necesita un constante
transporte y vaivén de productos y servicios?
Los precios incluso
de los medicamentos aumentan al ser trasladados a las islas por su conservación
y transporte. El incremento varía siempre ya sea por la distancia recorrida
desde la costa más cercana, el empaque o por los respectivos impuestos del país
o de los productos de importación.
La economía de
los Kuna está basada en la agricultura, la pesca y la caza. Los indígenas
atraviesan esos mares en sus canoas para llegar a las costas y trabajar sus
tierras en los terrenos que bordean en Panamá las playas del mar Caribe. El
turismo que se acerca día a día, a pesar del difícil acceso a las playas del
archipiélago, es una entrada económica grandiosa para los habitantes de la
comarca. Y también el comercio internacional cual ola llega a sus chozas: cocos,
cacao y langostas son los productos más importantes de exportación.
Como en un
ritual, los marineros comienzan a pasar de mano en mano las cajas de leche, de
soda, de azúcar, de jugos, de cerveza, de papas fritas, de vinagre, de
detergente y cajas de todo tipo de víveres. Los productos son muy diversos, llevan
por ejemplo un congelador donde transportan pollo fresco, frutas y verduras. Luego de aquella ceremonia de
intercambio de productos por dólares, los marineros descansan, se duchan, se
relajan y siguen su camino hacia la siguiente isla. Mauricio -el cocinero- va pasando unos platos con
un fondo profundo, para llenar sus desmesurados estómagos hambrientos. Los
marineros cantan, mueven sus barrigas y desnudan sus pechos, sudan el cansancio
y toman un baño con manguera. Los marineros son limpios, amables con los
invitados -los clandestinos tripulantes- dos reporteros que tomaron la opción del
carguero también por el bajo costo de la única alternativa económica. Por aire
y por mar son las únicas dos opciones de cruzar esa frontera. Las razones,
desconocidas. El tapón del Darién, tiene una extensión aproximada de 20 mil kilómetros cuadrados, se esparce a lo largo
de la frontera y le da asilo a la guerrilla, al contrabando y al narcotráfico, en una selva que astuta bloquea cualquier camino.
Si uno no
tiene 150 dólares para pagar el cruce en avión hasta el puerto Obaldía para
sellar el pasaporte en la puerta que atraviesa de centro a sur américa o
viceversa, tendrá que probar suerte con los barcos cargueros que recorren en un
mínimo de ocho días las islas de los Kuna. Y sin asegurar la llegada al puerto,
ya que si los vendedores terminan antes de liquidar sus artículos, ya no llegan
a los últimos destinos y regresan a las costas que les surten de electricidad,
víveres y productos para volver a zarpar unas semanas más tarde. Sin esa
cantidad de dinero, atravesar no está asegurado. Es mucho más sencillo, aunque
caro, tomar un vuelo a Colombia donde, desde los cielos, no se divisa esta problemática de fronteras. Y no
sólo eso, si el viajero es mexicano o cubano, se ahorra también la adrenalínica
aventura de que los militares en el reten de entrada le revisen minuciosamente
la ropa sucia o hasta la ropa interior, todo lo examinan.
La fiera del Darien
El
narcotráfico es evidente. Las historias pululan pero nadie se atreve a dar
nombres ni indicaciones. Sólo se cuentan como ventarrones los sistemas
implementados por el comercio ilegal, la ruta del submarinismo, vía aérea y los contenedores que con anticipación
corrompen a la milicia panameña.
Capurganá cede
el sello de entrada a Colombia y Turbo da la bienvenida a la posibilidad del
transporte terrestre. La última lancha que cruzó a los dos periodistas de Capurganá
hasta Turbo pertenece al narcotráfico, dos ciudades ya colombianas que no
pueden prescindir de la comunicación marítima. Armas de bajo calibre y
cigarrillos de marijuana estaban contenidos en una maleta deportiva.
Uno de los
pasajeros narco-junior, sinaloense, amenazó a los reporteros con un fusil en la espalda baja “y ustedes
periodistas, ¿qué andan haciendo por acá?” Ellos, confundidos callaron. No
conocían la respuesta a esa pregunta. No comprendían la pregunta tampoco. ¿Cómo
sabían de la profesión de los clandestinos tripulantes? Diez eran los
navegantes de esa lancha que bajo efectos de la marijuana que consumían los
narco-junior, jóvenes, de aproximadamente 27 años, competía con el viento y la
corriente. Dos motores que a una velocidad cercana a las diez olas por segundo movían el armatoste, planeaban para luego caer en un golpe seco sobre el
mar. El caballo marino iba de un lado a otro como queriendo esparcir en la mar
a los pasajeros que se aferraban al esquife. El conductor, también bajo los
efectos de la yerba tenía una mirada insaciable y domaba la diminuta
embarcación con la adrenalina en las manos, sin despegar la mirada del
horizonte, apretando con los puños el volante y la palanca de velocidades.
Al llegar, no
a Turbo pero casi, una finca encubierta les recibió. Un paso ilegítimo con un
magnetismo extrañísimo en el espacio, una sensación eléctrica, y erizados los vellos
de los brazos y el cabello, marcaban un camino zigzagueante entre las grandes
piedras submarinas, murallas de piedras submarinas para toda lancha forastera que no conociera la
clandestina entrada. Y luego el narco-junior indicó al lanchero “Parce, dejálos
en Turbo. No se preocupen muchachos, todo está bien. Ellos los van a llevar a
su destino. Nosotros nos despedimos aquí”. Y bajaron con un par de langostas de
poco menos de un metro que llevaron como obsequio “al patrón”. Luego de dejar a
los furtivos en un muelle oculto, los lancheros sólo evocaron en una ligera
amenaza, que si alguien preguntaba la respuesta debía ser que “no los conocían
y venían de Santa Marta, no de Capurganá” y partieron en esa lancha, finalmente y luego de dos semanas llegaron, a donde los cajeros, las carreteras, a donde la comida y el descanso.
El sur del caribe está bañado de misterio, barcos de todo tipo, cargueros, lanchas de militares con tambos de gasolina, pescadores, embarcaciones con distintos fines en negocios y comercios, navegan a diario por el archipiélago Kuna, incluso algunos que ondean en el caribe una bandera de franjas horizontales, dos rojas en los extremos y una amarilla en la parte central que fondea unas líneas en forma de suástica, un pulpo que como símbolo llevan los Kunas como creación del mundo. Un pulpo que a primera vista podría confundir a cualquiera como a José María, viajero español, que ofendido preguntó a los lugareños, por qué en la bandera española dibujaron una suástica. Luego quedó más tranquilo al saber que eso era sólo una coincidencia y que no existe ninguna relación con España ni con el símbolo del nacionalsocialismo.
El sur del caribe está bañado de misterio, barcos de todo tipo, cargueros, lanchas de militares con tambos de gasolina, pescadores, embarcaciones con distintos fines en negocios y comercios, navegan a diario por el archipiélago Kuna, incluso algunos que ondean en el caribe una bandera de franjas horizontales, dos rojas en los extremos y una amarilla en la parte central que fondea unas líneas en forma de suástica, un pulpo que como símbolo llevan los Kunas como creación del mundo. Un pulpo que a primera vista podría confundir a cualquiera como a José María, viajero español, que ofendido preguntó a los lugareños, por qué en la bandera española dibujaron una suástica. Luego quedó más tranquilo al saber que eso era sólo una coincidencia y que no existe ninguna relación con España ni con el símbolo del nacionalsocialismo.