Por Surya
Lecona Moctezuma
Ignacio
Joaquín mira “Hotel Ruanda” la madrugada de hoy martes 27 de mayo. Un filme
sobre el genocidio de 1994 en ese mismo país africano. Es la una de la mañana y
de una manera muy romántica la película provoca que Ignacio derrame un par de
lágrimas.
Uno de los
reporteros protagonistas de la cinta consigue filmar la violencia perpetrada y
se disculpa con el gerente del Hotel Milles por mostrar esas imágenes tan
crudas frente a él, pero el gerente se lo agradece con la esperanza de que los
videos lleguen al mundo entero y envíen ayuda. Tristemente el periodista se
avergüenza y le responde que aún así, la gente estaría cómodamente del otro
lado del mundo, harían un comentario de compasión y seguirían comiendo su cena.
Ignacio se identifica.
En ese
instante un estallido. Ignacio confunde el sonido con el de la película y
continúa mirando la pantalla. El segundo, tercero y cuarto estallidos vienen
como ráfaga y se escuchan más cercanos, es entonces que Ignacio gira la cabeza
pensativo. Esos ruidos no son normales en su cuadra, una colonia tranquila
entre las delegaciones Coyoacán e Iztapalapa en la Ciudad de México. El quinto
estallido consigue que se levante del sillón e incrédulo sale a dar un vistazo
a la calle.
El filme
continúa corriendo, los Hutus y los Tutsis buscan sobrevivir en medio de una
masacre que dejó más de un millón de decesos, pero esas imágenes se
intercambian en las pupilas de Ignacio, jefe de vecinos de su colonia, por las
de un auto en llamas en medio de la calle en la esquina de su cuadra.
Instantáneamente, entra trastabillando a buscar el teléfono y llama a la
policía, a los bomberos y a la ambulancia, sin saber aún qué sucede, pero sí
con la adrenalina confusa entre el filme y aquella nueva imagen que no consigue
creer. La guerra le había venido a domicilio, pensaba, un verdadero filme de
terror. Ignacio alcanza a ver el temor y las súplicas de la gente en la
pantalla y así mismo sale corriendo a golpear la puerta de su vecina para pedir
que suene la alarma vecinal.
Las
explosiones del auto continúan y los vecinos comienzan a reunirse
temerosos en la calle, ahora ya son dos autos ardiendo. Un joven corrió a mover
una tercera camioneta que estaba a punto de absorber el mismo fuego. Las explosiones
alternadas entre las exclamaciones de los vecinos “Uhh, ahh, dios mío”.
Ignacio
reflexiona al ritmo de un hamster en su ruedita. No puede ser que llegasen los
Hutus a su colonia, ¿estaría soñando? ¿Vendrían los Belgas a medir su nariz, a
reprobar su color de piel, a verificar la autenticidad de la raza? Un poste de
madera, de Teléfonos de México alcanza el fuego compartido por las camionetas
en llamas. Y entonces sí, llegan los bomberos, quince minutos después. Es la
calle Unicornio número tres, el edificio continuo al incendio, el dueño de la
segunda camioneta Rodolfo Colín Villavicencio de cincuenta años se refugia con
su familia al fondo del departamento número dos. No saben qué sucede, sólo
alcanzan a ver las llamas altísimas afuera, y una columna de humo de unos
treinta metros al fondo en la ventana y las escaleras del edificio rebosante de
esa misma nube oscura.
Ignacio
comienza a tranquilizarse cuando un par de trabajadores que hacen reparaciones
en el banco HSBC, frente al incendio, le cuentan que el dueño de la primera
camioneta en llamas intentó avanzar inútilmente y al forzar la camioneta
estalló una y otra vez, pero alcanzó a salir corriendo antes de que el fuego lo
abrazara.
Un
accidente, finalmente suspira Ignacio, y sin heridos. Los bomberos consiguen en
15 minutos extinguir las llamas, mientras los policías recuperan las piezas en
el rompecabezas. El señor José Antonio Hernández no tiene seguro, acababa de
llevar al taller su camioneta Venture 2000 al taller eléctrico y le quedaron mal,
ahora tendrá que darle a cambio al dueño de la camioneta blanca, Rodolfo, un
Cutlas que tiene en casa. Le da su palabra de que se lo llevará. Sin ningún
otro trámite el señor Rodolfo confía en su palabra, como antes se hacía, y la
última patrulla en la escena traslada a José Antonio Hernández al Ministerio
Público de Apaches en el Eje 3 Oriente para levantar el acta y realizar el
peritaje necesario.
El tiempo se va yendo junto con los vecinos. Ignacio vuelve a casa y el filme está terminando utópicamente con una ONU heroína de la matanza que años después se determinó genocidio, una ONU ausente en la historia pero presente en la fantasía de aquella película británica, y como si la realidad se hubiese intercambiado, Ignacio vuelve a su sillón y apaga la ficción de la pantalla.
El tiempo se va yendo junto con los vecinos. Ignacio vuelve a casa y el filme está terminando utópicamente con una ONU heroína de la matanza que años después se determinó genocidio, una ONU ausente en la historia pero presente en la fantasía de aquella película británica, y como si la realidad se hubiese intercambiado, Ignacio vuelve a su sillón y apaga la ficción de la pantalla.
Publicado el 27 de mayo 2014
En: Spleen! Journal
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