martes, 27 de mayo de 2014

Nota Roja pal’ Morbo



Por Surya Lecona Moctezuma
Ignacio Joaquín mira “Hotel Ruanda” la madrugada de hoy martes 27 de mayo. Un filme sobre el genocidio de 1994 en ese mismo país africano. Es la una de la mañana y de una manera muy romántica la película provoca que Ignacio derrame un par de lágrimas.

Uno de los reporteros protagonistas de la cinta consigue filmar la violencia perpetrada y se disculpa con el gerente del Hotel Milles por mostrar esas imágenes tan crudas frente a él, pero el gerente se lo agradece con la esperanza de que los videos lleguen al mundo entero y envíen ayuda. Tristemente el periodista se avergüenza y le responde que aún así, la gente estaría cómodamente del otro lado del mundo, harían un comentario de compasión y seguirían comiendo su cena. Ignacio se identifica.

En ese instante un estallido. Ignacio confunde el sonido con el de la película y continúa mirando la pantalla. El segundo, tercero y cuarto estallidos vienen como ráfaga y se escuchan más cercanos, es entonces que Ignacio gira la cabeza pensativo. Esos ruidos no son normales en su cuadra, una colonia tranquila entre las delegaciones Coyoacán e Iztapalapa en la Ciudad de México. El quinto estallido consigue que se levante del sillón e incrédulo sale a dar un vistazo a la calle.

El filme continúa corriendo, los Hutus y los Tutsis buscan sobrevivir en medio de una masacre que dejó más de un millón de decesos, pero esas imágenes se intercambian en las pupilas de Ignacio, jefe de vecinos de su colonia, por las de un auto en llamas en medio de la calle en la esquina de su cuadra. Instantáneamente, entra trastabillando a buscar el teléfono y llama a la policía, a los bomberos y a la ambulancia, sin saber aún qué sucede, pero sí con la adrenalina confusa entre el filme y aquella nueva imagen que no consigue creer. La guerra le había venido a domicilio, pensaba, un verdadero filme de terror. Ignacio alcanza a ver el temor y las súplicas de la gente en la pantalla y así mismo sale corriendo a golpear la puerta de su vecina para pedir que suene la alarma vecinal.

Las explosiones del auto continúan y  los vecinos comienzan a reunirse temerosos en la calle, ahora ya son dos autos ardiendo. Un joven corrió a mover una tercera camioneta que estaba a punto de absorber el mismo fuego. Las explosiones alternadas entre las exclamaciones de los vecinos “Uhh, ahh, dios mío”.

Ignacio reflexiona al ritmo de un hamster en su ruedita. No puede ser que llegasen los Hutus a su colonia, ¿estaría soñando? ¿Vendrían los Belgas a medir su nariz, a reprobar su color de piel, a verificar la autenticidad de la raza? Un poste de madera, de Teléfonos de México alcanza el fuego compartido por las camionetas en llamas. Y entonces sí, llegan los bomberos, quince minutos después. Es la calle Unicornio número tres, el edificio continuo al incendio, el dueño de la segunda camioneta Rodolfo Colín Villavicencio de cincuenta años se refugia con su familia al fondo del departamento número dos. No saben qué sucede, sólo alcanzan a ver las llamas altísimas afuera, y una columna de humo de unos treinta metros al fondo en la ventana y las escaleras del edificio rebosante de esa misma nube oscura.

Ignacio comienza a tranquilizarse cuando un par de trabajadores que hacen reparaciones en el banco HSBC, frente al incendio, le cuentan que el dueño de la primera camioneta en llamas intentó avanzar inútilmente y al forzar la camioneta estalló una y otra vez, pero alcanzó a salir corriendo antes de que el fuego lo abrazara.

Un accidente, finalmente suspira Ignacio, y sin heridos. Los bomberos consiguen en 15 minutos extinguir las llamas, mientras los policías recuperan las piezas en el rompecabezas. El señor José Antonio Hernández no tiene seguro, acababa de llevar al taller su camioneta Venture 2000 al taller eléctrico y le quedaron mal, ahora tendrá que darle a cambio al dueño de la camioneta blanca, Rodolfo, un Cutlas que tiene en casa. Le da su palabra de que se lo llevará. Sin ningún otro trámite el señor Rodolfo confía en su palabra, como antes se hacía, y la última patrulla en la escena traslada a José Antonio Hernández al Ministerio Público de Apaches en el Eje 3 Oriente para levantar el acta y realizar el peritaje necesario. 

El tiempo se va yendo junto con los vecinos. Ignacio vuelve a casa y el filme está terminando utópicamente con una ONU heroína de la matanza que años después se determinó genocidio, una ONU ausente en la historia pero presente en la fantasía de aquella película británica, y como si la realidad se hubiese intercambiado, Ignacio vuelve a su sillón y apaga la ficción de la pantalla.

Publicado el 27 de mayo 2014

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