México, D.F.
Surya Lecona
El sol es menos común hoy que otros días. No
consigo despegar la mirada de tu sombra, mis palabras de tu discurso, mis manos
de tu ternura.
Las nubes me dan un aviso suave
en el preludio a una tormenta, caen sobre mis hombros desnudos las primeras
gotas, las manos en los bolsillos de los jeans que arrastran un poco las
pequeñísimas rocas ya un poco húmedas y rojizas que delinean el camino de ese
amplio jardín que colorea la entrada del Centro Nacional de las Artes. La noche
cae de la misma forma en que caía aquella vez que nos tendimos sobre esa cama
de naturaleza fresca y seca, un día en aquel otoño, pero esta vez las aves no
cantan, los enamorados huyen de la lluvia y me dejan desierta como un retrato.
La lluvia se enfurece y yo busco
aquel árbol que lleva tatuado en su espina dorsal nuestras iniciales, esas que
le duelen al tronco en su corteza, como duelen los kilómetros a nuestra
entereza. Las gotas de agua dulce se diluyen con la sal de mi rostro, pero su
furia no me detiene, ¡estaban naciendo las primeras lágrimas! Aquel octubre nos
tendimos a soñar, a inventar historias, a besar futuros, a desafiar a la calma.
Hoy las huellas en la grava son sólo un par que caminan al borde de la locura
por encontrar en el olvido la sustancia que da vida a la mirada que ya no
brilla.
Un rayo me despertó de esa
muerte, me encontró de rodillas al borde del alma, rumiando el dolor del vacío
y la soledad que no pusimos en los planes aquel otoño.
Hoy la vida narra un país en
guerra, violencia, elecciones, capos, víctimas, huracanes, sequía, exilios,
jóvenes haciendo historia, historia hecha de jóvenes, dioses que se
levantan a soñar con la pasión en las manos inyectada en las venas.
Y si viene
el triunfo de Peña Nieto “el copetón” y si el de “Chepina” o “el Peje”, nada
cambiaría en los titulares de mi dolor. Quisiera jurarte frente a este árbol,
que me habla con tu voz en el recuerdo que lleva tatuado. Quisiera decirte que
la cordura me explica la situación, que la felicidad me llega repentina al
caminar, que el tiempo me da la razón y nada estalla de nuevo en mi
certidumbre, pero le doy la espalda al árbol y empiezo a andar en un sentido
indefinido buscando alimentar la ilusión para el sol de mañana.
EL AMOR SIEMPRE TIENE LA RAZÓN, lo digo porque lo creo, no porque lo sé. Quiero creer que es verdad, quiero creer que todo tiene un sentido y que las lágrimas diluidas con la lluvia que te bañan el rostro son semillas de una nueva sonrisa. Me obligo a creer que vendrán tiempos en que se reirá nuevamente delante de aquel árbol y entonces no habrá más dolor... entonces el amor habrá tenido la razón...
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