viernes, 20 de septiembre de 2019

Qué sangrona la sangre...

No vengo a dar RCP a este mi blog, luego de cinco años. Es maravilloso que la tecnología guarde este tipo de memorias en sus virtuales entrañas. Simplemente no tenía donde escribir algunas ideas. Si te gusta escribir y no lo haces, se comienzan a oxidar los recuerdos, el pensamiento, la memoria, ¡todo! Un escritor respira por los dedos y los dedos empiezan también a acalambrarse. No es bueno aguantarse tanto uno las ganas de dejar ser, a las pasiones con las que uno nace. 

Yo tengo dos, no respirar y escribir. Para mi buena suerte, puedo escribir sobre ello para explicarlo. Dejar de respirar con las técnicas adecuadas te puede llevar a un estado supremo de meditación. Y mejor aún si ya que lo consigues utilizas estas habilidades en fines que te apasionen aún más, se duplica la satisfacción. 

Pero ¿qué significa dejar de respirar? Estamos de acuerdo en que no podemos hacerlo por un tiempo prolongado, pero que tal que sumamos todos esos instantes en que podemos sostener nuestra respiración, el tiempo sí se largaría. ¿Y que pasa con nuestro cuerpo?
No mucho en realidad.

Si revisamos cómo hacen las partículas de oxígeno para meterse en cada una de nuestras células, descubriríamos que la sangre es el tren que lo transporta. en cada respiración, microscópicas moléculas de oxígeno se meten por nuestras fosas nasales y viajan a través de la sangre. Además el aire que respiramos es una mezcla de gases y entre el nitrógeno, dióxido de carbono tenemos un 21% de oxigeno.

Esas moléculas viajan a los pulmones donde están unos como racimos e uvas llamados alveolos y el oxigeno se une a la hemoglobina para entonces sí, bombeada la sangre con el motor del corazón dar una vuelta y otra a través de todo el cuerpo por las arterias, esto toma aproximadamente un par de minutos y  si la circulación del cuerpo es buena un poco menos es cuando decimos que nos toma dos minutos en oxigenar todo el cuerpo. 

luego vuelve la sangre con el dióxido de carbono disuelto en el plasma sanguíneo en las venas. ¿Que pasaría si suspendemos nuestra respiración?


jueves, 20 de noviembre de 2014

Los muertos de oriente


La primera palabra que aprendí al llegar a Indonesia fue: Maaf (lo siento), mi torpeza lo merita.
Luego de un mes de pronunciarla tantas veces, hoy la vergüenza no me dejó recordarla. Finalmente tengo la historia del peor oso de mi vida, y sí, pareciera que la sensación de ser vejada es más real que metafórica.
Al llegar a Lebih, en Bali, una de las más de 17 mil islas de Indonesia, quise salir a conocer la playa desde el primer momento en que estuve allí. Un muro inclinado de piedras enormes rompía las pacíficas olas que aquel día coreaban mis diálogos en susurros con mi conciencia. Me senté en el primer peldaño de la escalinata que desciende a la playa, una playa que existe sólo durante el día, cuando la marea está ligeramente más baja.
Un monumento extraño hacía guardia junto a las escaleras, como dando la bienvenida, las formas de aquel monolito de piedra eran seguramente de la religión que impera en la isla de Bali: Hinduismo. Aunque un hinduismo distinto, mezclado con la cultura Balinesa.
Dos semanas más tarde luego de haber dado un paseo en la misma playa, veo caer el atardecer, paso de regreso a casa por el mismo monumento y entonces, sé para qué esa piedra está ahí erguida como un guardián.


Unas cincuenta personas comienzan a llegar en fila rumbo al monumento. Se sientan a su lado y acomodan 42 cajas de diferentes tamaños frente a él, adelante las más grandes, unos cubos decorados con espejos, coronas y telas blancas y amarillas. De las cajas más grandes pende la foto de una persona; pienso entonces que quizá sean las cenizas de quienes fueron incinerados el día anterior, y que las cajas pequeñas son las ofrendas. El momento de la oración llega ahora, todos juntan sus palmas y las ponen frente a sus rostros tocando con las puntas de los pulgares el Udeng una tela con diseños Balineses que se amarran a la frente los hombres. Entre sus manos un pétalo. Suena una campana por unos 10 segundos y en silencio se mantienen con las manos juntas y ojos cerrados. La campana da los últimos tres golpes con más velocidad y entonces todos abren sus ojos, ponen el pétalo amarillo en su oreja derecha, repiten el acto con la oreja izquierda y los siguientes tres pétalos rosas los ponen sobre su cabeza. Dudo un poco que sean las cenizas porque no encuentro a nadie con tristezas, algunos comen, beben jugos y conversan y ríen mientras el anciano que dirigió la oración se prepara para descender a la playa. El siguiente acto ocurre demasiado rápido, no alcanzo a darme cuenta de los detalles, todos bajan hacia la playa en fila y las olas ya acarician las enormes rocas.
No aguanto más la curiosidad e improvisando mi indonesio intento preguntar qué pasa. Bulán se acerca a explicarme amable al ver que no consigo comunicarme.
–En las cajas vienen las cenizas, ahora las lanzarán al mar, me dice en inglés.
En total son 42 personas, unas coquetas canastas, urnas de diferentes tamaño, el cual depende de las 4 castas a la cual pudieran provenir los difuntos: la más alta Brahmana, corresponde a la casta religiosa, más abajo está Satria la de los reyes, enseguida Wiesa la de los profesionistas y en la base Sudra la de los trabajadores, agricultores, constructores, electricistas. Existía anteriormente la casta Wong Tani Kelen que se atribuía a la gente en estado de miseria, pero en el hinduismo balinés que es ligeramente distinto al de India desapareció porque era considerada inhumana. Esos decorados cajones que la gente lanza hoy hacia el mar son de la primera y segunda casta.
Reacciona Bulán en su explicación cuando se da cuenta de que yo pregunté qué pasaba, refiriéndome a los 10 u 11 niños que aparecieron repentinamente dentro del mar con lámparas y que van y vienen bamboleados por las olas que cada vez dejan menos playa y más oscuridad.
Se mueven rápido, buscan con sus luces persiguiendo las cajas con las cenizas que fueron lanzadas al mar con los objetos y ofrendas del difunto. Saquean sus contenidos, las olas se los arrebatan y luego vuelven a poseerlos. La gente alrededor, parientes y amigos del difunto, no reclama, pasan de uno en uno a aventar el botín de aquellos chiquillos, e inmediatamente se retiran subiendo la misma escalinata y mientras, como en una caricatura, los niños parecen ratones con lámparas persiguiendo todos los pequeños objetos, alhajas, camisas, dinero, fotografías, comida, etc. Algunos adultos se les unen en su búsqueda y cuando encuentran algo valioso los demás vienen, lo alumbran y lo celebran. Me pensé sumergida en una ficción.
Entonces bajo y trato de mirar sus descubrimientos, y comienzo también a mirar sobre la arena cada que las olas se alejan un poco. Y en poco tiempo me descubro unida a los roedores alzando canastos ya vacíos y envoltorios sin contenido. No tomo más que un plátano que decido poseer con discreción, quizá porque no digiero todavía la emoción de poder hacerme de aquello material que el difunto ya no ocupará en vida. Me acerco nuevamente a la escalera y encuentro a un hombre de unos 60 años a la orilla, a unos 3 escalones. Las olas alcanzan a besarle las puntas de los pies. Quise preguntarle entonces:
¿Y usted qué se ganó? Y le muestro mi banana.


Nada yo vine a limpiar mi alma. Subí y él no tardó en hacerlo también.
Me sorprendo al ver que viene una caja mucho más grande, un rey, pienso, quizá sería el mismo rey Anak Anjung Ngurah Putra, de 97 años al que incineraron el día anterior y que reunió al pueblo alrededor del fuego, lo introdujeron en una vaca enorme de madera y cartón, del tamaño de un vocho y le prendieron fuego, alrededor sólo cantos y rezos alegres. Me vuelvo hacia el señor al que había cuestionado abajo.
Es mi hermano, me dice en inglés, señalando el enorme cubo. Luego me sonríe y continúa su camino.
Yo me quedo inmóvil, avergonzada. Sin poder balbucear un “lo siento”.
Guzman, un chico de unos 25 años y mirada tierna se acerca a explicarme que las cenizas son de su tío, un líder espiritual, de la casta más alta, Brahmana. Y entonces sí, todos los canastos atrás son ofrendas.
Intento pedir perdón por haber interrogado a su otro tío, al que seguramente ofendí, al preguntarle qué había depredado de las ofrendas anteriores.
No parece ofendido, me ofrece una bebida y me invita a orar con ellos. Me uno y entonces las campanas ya no suenan igual, son ahora una guía que te indica en qué momento abrir los ojos para cambiar de pétalo. Una guía que da paz a mi culpa.
Terminamos de rezar, nos acercamos a las escaleras y salen los religiosos mar adentro con las cenizas, en una canoa larga con motor y dos vigas laterales que sirven para equilibrar la delgada embarcación. Atraviesan las altas olas y se pierden de nuestras vistas a los primeros 10 metros para volver unos 15 minutos más tarde. La música suena atrás, unas franjas metálicas y sonidos muy agudos enmarcan la espera. Vuelven, suben y el hermano del difunto me dice:
Gané paz, aprieta mi hombro y luego desaparece.

 Yo nuevamente me quedo muda. En pocos segundos el lugar queda vacío, nunca encontré la tristeza que deambula en los velorios mexicanos pero sí pude sentirme como quizá un avecinado balinés se acomodaría en Pátzcuaro, confortado y en paz con los muertos purépechas. Yo permanezco un instante más, mirando como las olas quiebran contra las rocas los cajones y los trozos de madera con los demasiados desconocidos artículos en un místico vaivén. La playa entonces desaparece. Cuando subo, un par de hombres sin camisa revisan la basura al mismo ritmo lento que un cachorro flaco y bicolor que pasaba por ahí. Meto la mano a mi bolsillo y a cambio de una sonrisa, le doy a uno de ellos la banana que había venido a quedarse con él.



Surya Lecona Moctezuma
Publicado en Mambo Rock
20 November 2014

sábado, 27 de septiembre de 2014

LOS DIOSES QUE CREARON UN PARAÍSO LLAMADO DUBAI

Dubai es una ciudad con múltiples realidades y diversas nacionalidades, llena de reinos y palacios ficticios. Aunque los lujos son evidentes, toda la elegancia que ufana la ciudad, no existía hace 20 años. Es un paraíso artificial que se construyó con una extrema rapidez. Millonarios de todas partes del mundo, han labrado aquí sus más fantásticos sueños gastando y utilizando lo inimaginable.

Pero, ¿quiénes fueron los hombres que levantaron estas colosales hileras de concreto, qué dioses crearon estos paraísos?





LOS HOMBRES QUE CONSTRUYERON DUBAI


Desde casi cualquier comisura de la ciudad de Dubai, Emiratos Árabes, un alfiler de 828 metros de altura (163 pisos), es casi palpable al alzar la vista. La mayor parte del tiempo, la arena en el ambiente revela a la ciudad en una postal borrosa. Esta torre llamada Burj Khalifa, fue inagurada en el 2010 y es el edificio más alto, hasta hoy, construído por el hombre, ningún dios intervino en esa obra.




El Burj Khalifa alberga, un mall laberíntico, cuartos de hotel, restaurantes e incluso un zoológico submarino con más de 33 mil especies marinas que habitan en un acuario de 10 millones de litros de agua, así como esta fina edificación, un ejército de rascacielos se levanta en la arenosa ciudad de Dubai. Erguidas hacia el infinito, algunas construcciones más elegantes que otras, curvas, torcidas, ladeadas, de todo tipo, que parecen competir por el premio a la mayor altura, un edén para los arquitectos contemporáneos.









El Mall of the Emirates, el segundo más grande del mundo, alberga en su “arquitectura de no lugar”, un sí lugar. Una plataforma de ski, con tirolesa, funicular, deslizadores de nieve y hasta pingüinos, dentro se lee en un cuadro digital -4° Celsius. Afuera desde una ventana en un restaurante los comensales observan la temperatura de Dubai en sus teléfonos inteligentes: 43° Celsius.




Hoy es Ramadán, son las 12 del día y por ley de la monarquía que precede el Jeque Mohamed Bin Rashid Al Maktum, se ayuna. El metro y la mayoría de los sitios se refrescan con aire artificial. La temperatura en las calles es de 43° Celsius, sin embargo, es sólo en las calles que el abrigo es enemigo del cuerpo humano.


Afuera de la estación Dubai Mall, una veintena de trabajadores de una construcción se plasman en el cristal como un cuadro, del otro lado la gente camina sus rutinas sin dar una mirada al cuadro en el que los empleados descansan un poco a la hora más crítica del sol. Algunos se refrescan la boca con agua y escupen, no tienen permitido tragar por causa del Ramadan. Si alguien es sorprendido podría ir a la carcel y perder su trabajo. Una paranoia de la monarquía convierte a Dubai en una de las ciudades con menos índice de robos en el mundo.






El oro y los diamantes que adornan a algunos cuerpos humanos se desplazan en lujosos automóviles, las realidades de Dubai son muy contrastantes, y las diversas nacionalidades extranjeras que se asentaron en la Ciudad son la mayoría, pero el sudor de los dioses que construyeron este paraíso artificial, es invisible, parece evaporarse al caminar del tiempo.





Electricistas, constructores, emlpeados de limpieza, cocineros y la mayoría de los trabajadores de los servicios básicos viven en ghettos fuera de la ciudad o a las orillas de ella.





A uno de los labour camp le han llamado Sonapur y está posado a pocos kilómetros de la última estación del metro Etisalat, desde ahí, Dubai se ve distinto, como un oasis detrás de un desierto.

 


“Dubai city builders, labour camp” se lee a la entrada del edificio en el que habita parte de la mano de obra proveniente de Nepal, algunos de ellos también son electricistas. Cuentan que deben ingeniárselas para no pasar calor por la noche, algunos de ellos mantienen un balde de agua junto a sus colchones. Afuera de los cuartos se amontona el calzado de los moradores de cada habitación, en el primer cuarto con cuatro literas, viven 12 hombres de edades desde los 16 hasta los 56 años.  







Surya Lecona Moctezuma
Publicado el 13 de septiembre originalmente en: Spleen! Journal



jueves, 25 de septiembre de 2014

Los miserables contemporáneos


Por Surya Lecona Moctezuma
Human Rights Watch, una institución para la defensa de los Derechos Humanos en el mundo, denunció al Banco Mundial en julio de 2013, por aprobar y financiar un proyecto en Etiopía para promover los servicios básicos, villagization program, (programa de aldeización) que consistía en desplazar a los habitantes de sus hogares para llevarlos a aldeas modelo, que irónicamente, carecían de servicios básicos. El reasentamiento fue un fraude que afectó a 1.5 millones de personas desplazadas violentamente y que, por medio del ejército etíope, arrebató su tierra a los campesinos y asesinó a los integrantes de la resistencia.
Ésta es una de las historias que William Easterly, economista y director del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo de la Universidad de Nueva York, presenta en su último libro, The Tyranny of Experts: Economist, Dictators, and the Forgotten Rights of the Poor, donde critica algunos programas que plantean instituciones como el Banco Mundial —institución a la cual perteneció y que abarca el mayor número de señalamientos en su libro—, la ONU, la Fundación Gates, y de muchos otros sectores públicos y privados.
El autor dice que no pretende ofender a los economistas del desarrollo y tampoco juzga el conocimiento de todos ellos. “Cuando mi baño falla, agradezco al experto plomero, cuando me enfermo agradezco la prescripción del médico. Medicinas y redes antimaláricas salvan vidas”. Bromea entre líneas para dejar claro que no es una verdad absoluta lo que propone, sino un debate para fomentar la democracia y el diálogo.


En las páginas de The Tyranny Of Experts aparece el resultado de nueve mil entrevistas que un grupo de investigadores realizó en más de quince países de Asia, Africa y Latinoamérica. Easterly alude todos los significados posibles de la palabra libertad en una muestra de las necesidades que cada país tiene al respecto. Cuenta los casos de Indonesia, que no tiene libertad de venta y compra, libertad de obtener préstamos ni de elegir ser pescadores o maestros. En Tanzania la población busca que el gobierno no interfiera en los trámites que cada individuo realiza y viajar sin restricciones. En Malawi existe un acoso burocrático del mercado. Y los habitantes de Filipinas quisieran tener el derecho a votar.
Estaerly, también autor de La carga del hombre blanco, habla del concepto de la autoritaria benevolencia’, que se refiere al apoyo que los países ricos brindan a los pobres y que desaparece conforme el botín de estas naciones se desvanece.
El economista mantiene la premisa de que el compromiso de las naciones prósperas con los pobres no radica en la cantidad de apoyo social o económico, sino en un plan de acción que logre realizar cambios tangibles o cuantitativos en la disminución de la miseria.
Easterly propone la visión del Nobel economista Friedrich Hayek, quien busca atacar el retroceso en temas de pobreza, racismo y desigualdad social con otro método. “Para Hayek, una política de libertad para el individuo es la única política verdaderamente progresista”, resalta el autor en sus páginas.
Así como a Hayek, el investigador Easterly destaca a Albert Hirschman, quien referente a Latinoamérica y el subdesarrollo plasmó en su ensayo “Ideologies of Economic Development” (Ideologías de la Economía de Desarrollo) y resume sus objeciones a los abusos de los gobernantes con un proverbio brasileño: “el país crece por la noche, cuando los políticos duermen”.


Punto para el tecnócrata
Owen Barder, le ganó por 10% de los votos a Easterly en un debate que tuvo lugar en el Center for Global Development, una entidad independiente para la investigación de la prosperidad global, organización de la cual Barder es director en Europa. La crítica más fuerte de Owen, es hacia la premisa: “Los proyectos no funcionan y la mayor prueba es que sigue existiendo pobreza en África”. Y con un sarcasmo excepcional refuta que “es como si dijeras que la medicina moderna no funciona porque sigue habiendo enfermos”. Aunque Barder se siente ofendido por el título del libro, del cual considera que el autor crea un enemigo artificial, confiesa estar de acuerdo con 80% del contenido, incluso destaca una frase: “Lo que los tecnócratas pueden hacer para no violar los derechos de los pobres, es aceptar que los pobres tienen los mismos derechos que los ricos.”
Por otro lado, Owen compara a Easterly con Jeff Sach, autor de The end of poverty, que postula que en lugar de señalar los fracasos deben amplificarse los éxitos como la revolución verde, la erradicación de la viruela o la expansión de la alfabetización, y aunque aplaude la crítica que hace William a la planificación central de los proyectos de apoyo —ya que no hay ejemplos en los que ha funcionado en su totalidad— cree que algo han aportado y eso según Sach, es lo que debe sobresalir.
Aunque en ocasiones el lector puede confundir la voz del autor con la de los pensadores, economistas e investigadores a los que cita, el análisis de Easterly es perspicaz.
Gracias a los ejemplos que plantea, el autor permite que los lectores reflexionen sobre el sentido del problema de la pobreza y confronta dos visiones que una misma persona puede considerar como soluciones certeras.
La búsqueda no se materializa en el libro —tanto la tesis que plantea Easterly como las críticas que existen alrededor de ella— tejen la ausencia de una fórmula ideal. En algunas ocasiones se ha avanzado más que en otras pero, en la mayoría de ellas, detonan fallas y los costos son altos.
Lo interesante es desmenuzar cada uno de los ejemplos que la historia ofrece y eso es lo que el autor goza en su libro. Easterly cuestiona cada uno de los casos y, como en una sala de operaciones, disecciona cada grieta que tienen los proyectos para combatir la pobreza, y sin proponer una sanación, plantea que ésta podría llegar a su fin si ellos, los miserables, unieran esfuerzos para combatir su mal y no por los poderosos burócratas, tiranos y expertos.


RECUADROS:
The Tyranny of Experts: Economist, dictators, and the forgotten rights of the poor (La tiranía de los expertos: economistas, dictadores y los derechos olvidados de los pobres), William Easterly, 394 páginas. $18.96 dólares en Amazon.
En una frase: Un debate de las razones por las cuales no funcionan los programas de apoyo para eliminar la pobreza del mundo.
Especial para: Economistas o todos los interesados en una perspectiva alternativa del por qué fallan los proyectos que los tecnócratas aplican a los países más necesitados.


Economía maquiavélica
La estrategia de los tecnócratas puede someter moralmente proyectos de apoyo y violentar los derechos de los pobres. Según William Easterly, tres de las principales fallas en las que caen los autócratas que extienden programas de apoyo son:
  • Indiferencia a la libertad y derechos de los pobres. Es el error más recurrente, en numerosos casos, principalmente en África. Como sucedió en Uganda con el proyecto de silvicultura en el despojaron con fuego a los agricultores de sus tierras.
  • Falta de interés en el proyecto y abuso del poder. La predilección señala hacia la ganancia y no al progreso. Como en la mayoría de los casos de colonización en África, donde los conquistadores saquean los países con una bandera de progreso.
  • Los tecnócratas están enfocados en soluciones técnicas. Se apegan a sus programas burocráticos e ignoran las verdaderas necesidades. Como en Malawi, que los pobladores se quejan del acoso burocrático.
Surya Lecona Moctezuma
Publicado en la revista Expansión
Junio 2014

martes, 27 de mayo de 2014

Nota Roja pal’ Morbo



Por Surya Lecona Moctezuma
Ignacio Joaquín mira “Hotel Ruanda” la madrugada de hoy martes 27 de mayo. Un filme sobre el genocidio de 1994 en ese mismo país africano. Es la una de la mañana y de una manera muy romántica la película provoca que Ignacio derrame un par de lágrimas.

Uno de los reporteros protagonistas de la cinta consigue filmar la violencia perpetrada y se disculpa con el gerente del Hotel Milles por mostrar esas imágenes tan crudas frente a él, pero el gerente se lo agradece con la esperanza de que los videos lleguen al mundo entero y envíen ayuda. Tristemente el periodista se avergüenza y le responde que aún así, la gente estaría cómodamente del otro lado del mundo, harían un comentario de compasión y seguirían comiendo su cena. Ignacio se identifica.

En ese instante un estallido. Ignacio confunde el sonido con el de la película y continúa mirando la pantalla. El segundo, tercero y cuarto estallidos vienen como ráfaga y se escuchan más cercanos, es entonces que Ignacio gira la cabeza pensativo. Esos ruidos no son normales en su cuadra, una colonia tranquila entre las delegaciones Coyoacán e Iztapalapa en la Ciudad de México. El quinto estallido consigue que se levante del sillón e incrédulo sale a dar un vistazo a la calle.

El filme continúa corriendo, los Hutus y los Tutsis buscan sobrevivir en medio de una masacre que dejó más de un millón de decesos, pero esas imágenes se intercambian en las pupilas de Ignacio, jefe de vecinos de su colonia, por las de un auto en llamas en medio de la calle en la esquina de su cuadra. Instantáneamente, entra trastabillando a buscar el teléfono y llama a la policía, a los bomberos y a la ambulancia, sin saber aún qué sucede, pero sí con la adrenalina confusa entre el filme y aquella nueva imagen que no consigue creer. La guerra le había venido a domicilio, pensaba, un verdadero filme de terror. Ignacio alcanza a ver el temor y las súplicas de la gente en la pantalla y así mismo sale corriendo a golpear la puerta de su vecina para pedir que suene la alarma vecinal.

Las explosiones del auto continúan y  los vecinos comienzan a reunirse temerosos en la calle, ahora ya son dos autos ardiendo. Un joven corrió a mover una tercera camioneta que estaba a punto de absorber el mismo fuego. Las explosiones alternadas entre las exclamaciones de los vecinos “Uhh, ahh, dios mío”.

Ignacio reflexiona al ritmo de un hamster en su ruedita. No puede ser que llegasen los Hutus a su colonia, ¿estaría soñando? ¿Vendrían los Belgas a medir su nariz, a reprobar su color de piel, a verificar la autenticidad de la raza? Un poste de madera, de Teléfonos de México alcanza el fuego compartido por las camionetas en llamas. Y entonces sí, llegan los bomberos, quince minutos después. Es la calle Unicornio número tres, el edificio continuo al incendio, el dueño de la segunda camioneta Rodolfo Colín Villavicencio de cincuenta años se refugia con su familia al fondo del departamento número dos. No saben qué sucede, sólo alcanzan a ver las llamas altísimas afuera, y una columna de humo de unos treinta metros al fondo en la ventana y las escaleras del edificio rebosante de esa misma nube oscura.

Ignacio comienza a tranquilizarse cuando un par de trabajadores que hacen reparaciones en el banco HSBC, frente al incendio, le cuentan que el dueño de la primera camioneta en llamas intentó avanzar inútilmente y al forzar la camioneta estalló una y otra vez, pero alcanzó a salir corriendo antes de que el fuego lo abrazara.

Un accidente, finalmente suspira Ignacio, y sin heridos. Los bomberos consiguen en 15 minutos extinguir las llamas, mientras los policías recuperan las piezas en el rompecabezas. El señor José Antonio Hernández no tiene seguro, acababa de llevar al taller su camioneta Venture 2000 al taller eléctrico y le quedaron mal, ahora tendrá que darle a cambio al dueño de la camioneta blanca, Rodolfo, un Cutlas que tiene en casa. Le da su palabra de que se lo llevará. Sin ningún otro trámite el señor Rodolfo confía en su palabra, como antes se hacía, y la última patrulla en la escena traslada a José Antonio Hernández al Ministerio Público de Apaches en el Eje 3 Oriente para levantar el acta y realizar el peritaje necesario. 

El tiempo se va yendo junto con los vecinos. Ignacio vuelve a casa y el filme está terminando utópicamente con una ONU heroína de la matanza que años después se determinó genocidio, una ONU ausente en la historia pero presente en la fantasía de aquella película británica, y como si la realidad se hubiese intercambiado, Ignacio vuelve a su sillón y apaga la ficción de la pantalla.

Publicado el 27 de mayo 2014

lunes, 12 de mayo de 2014

COSTA NICA - The Central American Dream





by Surya Lecona Moctezuma

translated by Ruth Clarke


“Over here, bitch!”
I was taken aback the first time I heard it. We were on a bus and that was how the woman in front of me addressed her daughter. But having my Costa Rican friends call me 'bitch’ (güila) soon stopped sounding strange or offensive.

In deprived and marginalised areas you hear the word “bitch” used all the time to refer to girls, and “dick” (pendejo) attributed to anyone, male or female, who’s a bit of a grouch, a crybaby or a wuss. Unlike back home in Mexico, neither bitch nor dick is considered offensive.

All the same, women in Costa Rica suffer the effects of machismo just as keenly as women in Mexico. Heredia is a city in the Valle Central, the country's central area, and Ticos (Costa Ricans) hail Heredia's females as the nation's pride and joy, the prettiest in all the land, much like Mexicans champion women from Guadalajara. Similarly, when it comes to football, Ticos from Heredia are just as passionate as Chivas from Guadalajara.

Outside Heredia’s stadium a policeman gives me the following tip: “Buy your tickets from the sellers outside the ground, you’ll see them everywhere. Don’t bother with the ticket office.” This is not a simple matter of the police cynically colluding to help touts double or triple their money, as is commonplace in Mexico. There’s more to it than that. Heredia’s players have gone several months without being paid any wages; the extra money made from unauthorised ticket sales finds its way back to the players, to compensate for their missing pay checks.

“So, are Heredia at home on Sunday?”
“Well, only if they pay the electric” 

The chef at the Casa Azul bar tells me, despairingly.

The club is in crisis. According to La Nación, a local newspaper, on the day Heredia learned they were officially the best club in Central America, according to rankings produced by the International Federation of Football History and Statistics, their Eladio Rosabal stadium was closed down because the club had failed to make its social security payments and was behind on its employment insurance premiums and contributions to the Heredia Public Services Company.

At a recent game against Saprisa, Heredia fans hurled insults at the team’s owner, as well as at Saprisa's owner, Vergara. Vergara? Yes, the same Vergara who owns Chivas! Up until a year ago, Jorge Carlos Vergara Madrigal owned both clubs. Rivalries being what they are, Mexican football is loathed and distrusted in equal measure by football fans in Costa Rica; “Costa Ridiculous”, as local novelist Carlos Cortés would have it; “Costa Radiant,” as Mexican journalist Pablo Pérez-Cano prefers.

The unrolled Costa Rican ‘R’ is a trait so specific to a Tico from Valle Central that they consider it something to be proud of. Primary school teachers take the blame, for not teaching children tongue twisters like 'round the rugged rock the ragged rascal ran', staples of early learning in Spain and Mexico. But the constant flow of migrants may also have played a role in softening the 'R's.

Costa Rica is a mixed up place. It aspires to be a European city, but there’s no escaping the influence of Latino immigrants, be it in the accents or in the Colombian shops displaying signs for 'bum-lifting jeans in a wide range of styles and sizes'.

In another parallel with Mexico, migration is a major issue. Costa Rica, at the heart of Central America, is “one of the most peaceful countries in the world,” according to its inhabitants, and it’s something they’re very proud of. But Nicas (Nicaraguans) have long been making their way south, and they suffer discrimination and xenophobia throughout the country. The disdain with which Nicas are treated by Ticos is perhaps a consequence of the fact that, historically speaking, there has been minimal coexistence between ethnic groups in Costa Rica: the country's indigenous population is almost non-existent, registering a token one per cent of the population, the same as Chinese; three percent of the population is black, with 94 percent classed as white or mixed race.

The migration phenomenon can easily be seen on the streets of San José, with a multitude of nationalities sharing the same pavement. The destitute wander the city's arteries and the homeless lie motionless on the tarmac, huddled up in foetal positions with only cardboard and rags to protect them from the elements. All await the opportunity of a home, a job, a life.

There are many factors related to homelessness, not least the disparity between the minimum wage and high rental rates. The current average salary for a domestic worker is 250 dollars while the cost of renting a room can be upwards of 150 dollars, making for a severe lack of purchasing power.
“Save your prayers for Saint Peter and your begging for your granny to take you in - we don’t want any more tramps here!” 
Yells a police officer with a fascist glare, as he hammers his truncheon against a metal structure underneath which Virginia Araya and her son, Álvaro Fuentes, have been sleeping. They've come to the capital from Alajuela, to visit a hospital that might be able to treat Virginia for a leg problem, phlebitis, which has confined her to a wheelchair at the age of 65. Her hands shake and you can sense the anxiety in her cold skin and timid voice. She tries to explain that they're just trying to get some rest, but gets a blow to the head for her troubles. A security guard from the bank on the high street has already moved them on once tonight, rattling their cardboard shelter with his stick and forcing them to move their makeshift home further down the pavement.

Immigration is most evident in the shantytowns, known in Costa Rica as precarios. Carpio and León XIII lie on the San José outskirts, two precarios where, according to your average Costa Rican, not even the police, ambulance and fire services set foot. Ghettos of Chinese, Dominicans, Nicaraguans, Salvadorians and Colombians dominate. The majority of the inhabitants are second generation immigrants, born in Costa Rica to incomer parents.
“León XIII is the worst precario in the country in terms of drug addiction, violence, illiteracy and delinquency” 
Says Suyapa Cuadros, who runs a project in District 4 of León XIII’s Tibas section. The Asociación de Cultura y Recreación León XIII offers workshops in football, rap and painting, amongst other things. At three in the afternoon, Sabana Park is full of children and young people. They come and go, changing shifts on the concrete terraces and the ragged pitch, worn thin by the neighbourhood’s football and basketball players.  A football match is under way between teams from León XIII and Carpio. Their bright new kits disguise their physical appearances, making their tattoos, piercings and gel-set Mohicans more presentable. The green Costa Rican field both frames and hides the troubles these young people face. The game ends and the players lie down on the grass sipping water. Before heading home, they search in vain for a mobile phone that went missing while they were playing.

David Caldwell is an artist based in London. For this work he was inspired by 'Costa Nica: The Central American Dream' by Surya Lecona Moctezuma


Football is everywhere, a constant running through all communities. All the youngsters in León XIII are big football fans and most play mejenga, or street football, while others fashion home-made shotguns, known as chizas.

Giovanni is 15, though he'd pass for 18 if it weren't for his acne. He comes across as mild mannered and considerate. He's been smoking marijuana since the age of 11 and making guns since he was 12. 
“You make chizas out of iron tubes and pellet guns; you put the tube on top and fit a sharp nail and spring coil, or part of an old bicycle, to fire it. It's enough to kill a person.” 
Giovanni explains this to me calmly, and admits that before he'd turned 12 he'd held 9, 32 and 38 millimetre guns, and that he used to roam the streets of central San José with them, mugging people, holding up buses and stealing mobile phones. 
“But I was just a kid then, and kids make a lot of mistakes,” he says, “now I just want to learn computing and get myself on feisbuc.”
Alan (not his real name) is 16 years-old. He tells me he first fired a gun aged 13, in a revenge attack following the stabbing of a cousin. 
“I was a kid, I wanted to play the hero and so I bought a nine millimetre for 60,000 colones (USD30), shot the guy and then sold the gun on again for 80,000 colones (USD40)” 
He tells me, all the while worrying that his identity will be revealed. He's smoked marijuana, crack and freebase. 
“I also injected heroin once” 
He says, before jerking away from the Dictaphone as gunfire suddenly rings out. 
“Don't worry, they know children play in the park so they don't come down here” 
He says to reassure me, albeit from behind the cement bench he had been sitting on. He laughs: 
“I'm only hiding down here just in case.”
The sound of fourteen gunshots sends people running to the park’s wire fence. Rumours start to fly, but the mejenga goes on. The players rotate constantly. Some are in great physical shape, others not so much. The older ones play dirty, lashing out and threatening their opponents. Oscar, one of the best players, is also one of the youngest; he’s 11 years old, has already tried marijuana and seen the guns his brothers carry. 
“It's nothing to be scared of” 
Oscar shouts to those of us running away, 
“gunshots are like fireworks round here.”

I found out later that the gunfire we heard was El Cuello (The Neck), one of the most notorious armed robbers in León XIII, being 'burned'. 'Burned' is another word you hear all the time in the precarios: it means being shot in the foot.


Published in June 2014 in the book
Football Crónicas, edited by Jethro Soutar and Tim Girven

domingo, 12 de enero de 2014

FUCK UP NIGHTS

NOCHE DE FRACASOS

"No fracasé, descubrí 999 maneras
de cómo no se debe hacer"
THOMAS ALVA EDISON 


La noche del 14 de noviembre, 13va edición de Fuck Up Night, Diego Sexto, peluquero itinerante, pasó al frente, estrelló una copa en el suelo y caminó alrededor de los vidrios restantes mientras narraba su fracaso: “Emprender significa estrellarse”, dijo Sexto. El público guardó silencio y puso atención. “Es estamparse. Ver cómo las puertas se cierran una tras otra”. Su fracaso fue vocacional. Las decisiones tomadas moldearon su rumbo y  trayectoria. Diego estudió letras y ahora es estilista.

Todo inició en una noche de mezcales en que los amigos Carlos Zimbrón, Julio Salazar, Luis López de Nava, Pepe Villatoro y Leticia Gasca platicaron sobre sus errores, en septiembre del año pasado. Lo llamaron Fuck Up Night. Les gustó tanto la experiencia que siguieron haciéndolo. Pero ahora no son sólo cinco amigos, sino cientos de personas que cada mes se reúnen para escuchar los fracasos de tres o cuatro emprendedores que en siete minutos comparten las frustraciones y lecciones que les dejaron sus fallas.

También Álvaro Rego, director del Museo Mexicano del Diseño, compartió su experiencia en el aniversario. Hace años abrió un despacho de diseño con su novia de la universidad. Todo iba perfecto. Citibank les otorgó un préstamo de cientos de miles de pesos. Pero luego llegó la devaluación, que lo llevó a la quiebra de su empresa valuada en 6,000,000 de pesos. Se contagió del virus de la influenza, sufrió tres infartos, la colocación de un marcapasos equivocado y una infección. “Pensé que si ya había llegado tan abajo, solo había camino hacia arriba”, dijo Rego. Pero aunque las historias son dramáticas, la idea central de Fuck Up Nights es divertirse, como lo dicen sus siglas en inglés: FUN. “La noche trata de reírse con los emprendedores que han tropezado”, dice Leticia Gasca, una de las fundadoras y ex periodista de esta revista. “Experimentan en cabeza ajena para no encontrar las mismas piedras”.

En ocasiones el fracaso es el único camino al éxito. “En los negocios, a veces la única manera de obtener una buena autocrítica y aprender, es crear las condiciones para que las cosas fallen”, asegura Rita Gunther Mc-Grath, una de las líderes de opinión en negocios más influyentes del mundo y profesora de la Universidad de Columbia, en Estados Unidos.

Pero no todos los errores son tan buenos. La profesora señala que existen fallas de las que se obtiene poco aprendizaje y es cuando era posible haber evitado el error. No se trata de sólo equivocarse por equivocarse, sino de aprovechar el error. “El único verdadero error es aquel del cuál no aprendemos nada”, asegura José Antonio Dávila Castilla, director y profesor del área de Política de Empresa del IPADE. “Sólo el que no hace nada no se equivoca”.

Dávila habla de tres etapas en torno al error: las expectativas, la toma de decisiones y la incertidumbre. Según el catedrático, es posible identificar un error cuando las expectativas no se cumplen. En ese momento aparece la incertidumbre. Y entonces, hay que tomar decisiones basadas en la intuición, con el riesgo de fracasar. “Si ya te equivocaste la única forma de aprovechar el error es reflexionar qué hiciste mal y no repetirlo”, dice Dávila. “Darle la espalda al error es negar la realidad”.

EQUIVOCARSE ES DE GUERREROS 
Poco a poco la perspectiva cultural de los fracasos ha evolucionado. “Antes el fracaso era un estigma que los ejecutivos arrastraban a lo largo de su carrera”, dice Francisco Ruiz-Maza, director ejecutivo de la reclutadora de ejecutivos Russell Reynolds Associates. “Ahora son ‘heridas de guerra’ que se portan con cierto orgullo si sirvieron como plataformas de aprendizaje”.

Incluso, algunas maestrías de negocios en Estados Unidos piden a los alumnos mencionar algún fracaso y el aprendizaje obtenido. Hace años era impensable que se compartieran errores y fracasos para solicitar un lugar en un prestigioso MB en el extranjero, señala Ruiz-Maza.

David Noel Ramírez, rector del Tecnológico de Monterrey comparte la opinión de Ruiz-Maza. “La vida es una carrera de obstáculos, y ninguno te debe amedrentar. Los jóvenes deben estar preparados para eso”.


Publicado originalmente en 
la revista Expansión
Diciembre 2013